Sergi Doria - Spectator in Barcino
La ciudad que no reconocemos
«¿Quién se acuerda ya de las librerías Francesa, Canuda, Catalònia, La Formiga d’Or, Bosch, Bastinos, Happy Books?»
El verano de hace medio siglo fui a ver con mi bisabuela María «El planeta de los simios» en el cine América del Paralelo. Yo tenía 8 años y ella, 74. La película de Franklin Schaffner quedó grabada en mi memoria… También la expresión horrorizada de mi bisabuela, más acostumbrada a las películas románticas en blanco y negro. El visionado, que para mí era una ventana abierta a la imaginación, resultó una tortura para ella.
Mi bisabuela y yo coincidíamos en una misma cosa, aunque por razones diferentes: aquella película era una pesadilla. Y lo peor de una pesadilla es creer que transitas por una dimensión ajena y constatar que estás en el mundo real: la sobrecogedora imagen de la Estatua de la Libertad hundida en la arena ante un desconsolado Charlton Heston.
Mi bisabuela María murió en 1970, mientras Julio Iglesias cantaba «Gwendoline» en el festival de Eurovisión. El cine América ya no existe y en su lugar se levantó un bloque de pisos de ladrillo rojizo. A partir de los ochenta, los cines fueron desapareciendo con el goteo pertinaz de un reventón de cañerías. En 1987, Joan Manuel Serrat cantó «Los fantasmas del Roxy», tributo al cuento «El fantasma del cine Roxy» de Juan Marsé: «Y en su lugar han instalado la agencia número 33 del Banco Central. Sobre las ruinas del Roxy juega al palé el capital». Roxy, Waldorf, Nuevo, Alcázar, Fémina, ABC, Alexis, Arkadin, Spring, Céntrico, Casablanca, Vergara, Club Coliseum, Publi, Ars, Niza, Atlanta, América, Alexandre, Gayarre, Savoy…
Cada uno de esos nombres estaba ligado a un momento o una película de mi biografía sentimental. Pero la memoria acaba perdida del todo en lo que Marc Augé denomina «no lugares». En el «no lugar» no arraiga la historia: aparcamientos, aeropuertos, gasolineras … El poeta Juan Luis Panero me dijo que ya no valía la pena viajar porque todas las ciudades se parecían. Avenidas de franquicias. El palabro maldito: gentrificación. En su libro-reportaje «Lancaster, 13 y otras historias de miedo en la Barcelona zombi» (Carena), Jesús Martínez compara la Barcelona actual con la película que hizo de George A. Romero un ídolo de la serie B. Convertido en reportero cazador de zombis, recorre el nomenclátor de la ciudad que se desvanece en la memoria colectiva con la crueldad del Alzheimer.
Nuestro reportero se acerca al cementerio de Montjuïc: el 15 de septiembre de 2017 se derrumbó uno de los muros y ciento cuarenta y cuatro nichos con más de cuatrocientos cadáveres se confundieron en un amasijo de madera, huesos y barro. Muertos privados de su descanso en una ciudad donde «los comercios cierran, fenecen, se transforman, se rehabilitan (se reordenan, se restructuran, se reforman), se renuevan, se inauguran…». Los cines, por el cambio de hábitos de ocio; otros -lugares repletos de historia ciudadana- convertidos en «no lugares» por la Ley de Arrendamientos Urbanos.
Martínez nos habla del asedio al último inquilino de Lancaster, 13 y de la camisería Deulofeu, plaza San Jaime, 3 esquina calle del Call, 30, a tocar del Ayuntamiento y la Generalitat. Ramón Oliveras Deulofeu no pudo celebrar el centenario de la tienda que fundó su abuelo Ramon y el hermano de este, Jaume. La persiana cayó el 31 de enero de 2015. Pagaban cuatro mil euros de alquiler y ahora le pedían catorce mil. «El 15 de septiembre del 2015, ocho meses después del deceso comercial de Deulofeu, una firma global aterrizó en el centro de la catalanidad…». El reportero cazador de zombis recuerda el año de fundación de Deulofeu -1918- y se pregunta cuánto perdurará la enésima franquicia.
La lista de defunciones se ha ampliado desde entonces. El 31 de agosto, el popular Bracafé de Caspe echará el cierre definitivo. Fundado en abril del 31, se convertirá en la puerta del parking del edificio que rehabilitará una aseguradora. Otro «no lugar».
¿Quién se acuerda ya de las librerías Francesa, Canuda, Catalònia, La Formiga d’Or, Bosch, Bastinos, Happy Books? A veces te llega una noticia de un resistente como la familia Roig que ha conmemorado el siglo y medio de La Colmena. La pastelería de plaza del Ángel sabe a historia barcelonesa con sus encasades -que significa fet a casa-, los melindros que mojaba en chocolate el barón de Maldà, caramelos y merengues que mi padre saboreaba cuando salía de Catalana de Gas en la Puerta del Ángel: hoy, una tienda de H&M.
Las crónicas del reportero Martínez se encadenan como un epitafio. El Raval que degrada hoy la droga, la Barceloneta sin pescadores, el mudo teatro Principal, o los nichos derruidos de Montjuïc: sesenta familias presentan una querella criminal por la negligencia de un consistorio que desprecia la ciudad de los muertos. En la ciudad de los vivos caminamos aturdidos por lugares que guiaron nuestras biografías… Y nos parecen de otro planeta.