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Ray Celestin: «Los capos mafiosos fueron mecenas del jazz»

«El blues del hombre muerto» le pone música al año triunfal de Capone y Armstrong

Ray Celestin, fotografiado en un hotel de Barcelona INÉS BAUCELLS

SERGI DORIA

Chicago, 1928. Al Capone reina sobre las familias mafiosas y L ouis Armstrong llega desde Nueva Orleans para ser estrella del jazz. Tiempos de Ley Seca y «speakeasy». Ritmos nerviosos de «jazz-bands» con estribillos de ametralladoras. «Había mucha violencia y también mucha cultura. Los capos mafiosos fueron mecenas del jazz, ellos pagaban a los músicos», explica Ray Celestin.

«El blues del hombre muerto» (Alianza Editorial) es la segunda entrega de una tetralogía americana en clave musical. Tras el éxito de «Jazz para el asesino del hacha» (2014), el escritor británico sigue la pista de Armstrong y Capone. Suena la trompeta, una rica heredera desaparece, a un gánster le sacan los ojos y gente importante conectada con Scarface padece envenenamientos: «En las estadísticas de muertes de aquellos años hay más víctimas del alcohol adulterado que de la mafia: el licor venenoso te dejaba ciego o inválido», apunta el autor.

Dos detectives de la Pinkerton y un fotógrafo de «vendettas» se ponen a investigar… «La agencia Pinkerton, donde trabajó Hammet, está mitificada, pero no hay que olvidar que también hacía trabajos sucios, como reventar huelgas obreras», añade. De la historia del jazz, Celestin se queda con los años sesenta y setenta: «En la época en que transcurre mi novela las técnicas de grabación eran muy malas, oír aquella música en directo era otra cosa».

Nos preguntamos p or qué 1928 y no 1929 con la Gran Depresión: «El 28 fue el gran año de Armstrong y el último año de gloria de Capone. Febrero del 29, con la matanza del día de San Valentín, marca el principio del fin del gánster. El crack quebró muchos sellos musicales… Al igual que sucede ahora, la música en directo pasó a ser más rentable que los discos».

Celestin entregará en pocas semanas la tercera de sus novelas negras de jazz. Transcurre en 1947 y aparece uno de sus hampones favoritos, Frank Costello: «Era un tecnócrata del crimen, nada violento, el capo más preparado que tuvo la mafia». La trompeta de Armstrong se escuchará con sordina: «Aquel año fue el peor de su carrera. Cuando ya le daban por acabado, un promotor lo rescató para un concierto…». Y hasta aquí podemos leer.

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