Oti Rodríguez Marchante - Barcleona al día
Carril-bici, miuras sueltos en la ciudad antitaurina
Cada vez es mayor la sensación de que está uno más seguro en la calzada que en la acera
Hasta hace nada, la bicicleta era un divertimento, un plan para una tarde soleada, un cachivache que nunca sabías dónde guardar o el regalo ideal para el cumpleaños de los chiquillos. Ya no. La bicicleta es ahora el medio de transporte del futuro; por el cine, pensábamos que en el futuro viajaríamos en motos voladoras o en cohetes utilitarios, pero todo hace indicar que no, que viajaremos en bicicleta, aunque también pensáramos por el cine que la bicicleta era una cosa de chinos.
El caso es que, al convertirse en un medio de transporte futurista de uso urbano y masivo, se hizo necesario encontrarle el lugar más adecuado para transportarse con ella, y los responsables del bienestar ciudadano dieron con la solución: las bicicletas se desplazarían entre los transeúntes, por las aceras, y bastaría pintar unas señales en el suelo para que nadie molestara a nadie: eso que tan maravillosamente se conoce como carril-bici. Todo perfecto para una convivencia sensata con ese medio de transporte tan limpio, tan sostenible, tan rápido y tan silencioso… ¡Tan rápido y tan silencioso!..., lo cual ha convertido las aceras y los paseos en un deporte de alto riesgo para el relajo de paseantes, para la lectura agradable del periódico mientras caminas y para la primera, la segunda y la tercera edad, que ahora ha de ir por sus zonas de trasiego de la Diagonal con las mismas precauciones por no pisar «las líneas» que un desactivador de minas por un campo sembrado de ellas. Por no hablar de esos carriles para bici camuflados tras la cola de coches aparcados, que es una invitación al accidente, porque pasan más inadvertidos que Puigdemont en Bruselas.
Hay que entender que la autoridad competente no quiera acomodar a los bicicleteros en la calzada, entre el tráfico automovilístico (con cierta tendencia a pasarles por encima), pero quizá sea ya el momento de que también vele por el ciudadano de a pie (con cierta tendencia a considerarse a salvo en las aceras), y que busque el modo de que el niño, señor o anciano no tenga que lidiar con esos miuras sueltos, a velocidad de vértigo (van como motos) y con una cornamenta letal con toda la fuerza del derecho que le dan sus líneas marcadas y confusas. Cada vez es mayor la sensación de que está uno más seguro en la calzada que en la acera: ¡Niño, ve por la calzada, no te subas a la acera que te pueden atropellar!