Ferran Brunet - TRIBUNA ABIERTA

Burguesía catatónica

Por primera vez en la historia, con la Autonomía la burguesía catalana ha estado cerca del poder, aunque fuera el poder de un gobierno regional emergente y, finalmente, desleal y separatista

La clase dirigente de Barcelona está en estado catatónico. Conocemos que éste es un síndrome neuropsiquiátrico definido por anormalidades motoras, que se presentan en asociación con alteraciones en los afectos, la conciencia y el pensamiento. Efectivamente, la burguesía catalana ni se tira al formidable barranco que los separatistas han conseguido cavar ni huye de él. Ni se echa al monte ni clama contra la tremenda impostura de los separatistas. No saben si encamarse con los revolucionarios separatistas o si pedir refugio a los centrados constitucionalistas. Hay, efectivamente, inmovilización motora, no dicen ni pío ni se mueven, congelados como están los más.

Todo tiene sus motivos, aunque explicar cómo una parte sustancial de la burguesía catalana se bebió los sesos hasta llegar al estadio actual de atrición requerirá varias tesis doctorales. Este aspecto de la realidad separatista actual responde a una tarea de largo alcance, a una sostenida ingeniería política y social. CiU compadreó con los líderes locales, sus allegados capturaron los distintos resortes de la sociedad catalana. No obstante, también en Cataluña, el poder absoluto corrompe absolutamente: declamando nacionalismo y envuelto en Cataluña durante 40 años, su capo robó una fortuna y sus peones siguieron su estela.

Vale decir que la burguesía catalana de hoy, naturalmente, difiere mucho a la de hace un siglo y medio, a la del franquismo o a la de la Transición. La capacidad empresarial catalana menguó, la industria se ha extendido a toda España, las actividades propias a una economía del conocimiento son en Barcelona limitadas. De este modo, la competitividad de Cataluña no es boyante: ocupa la posición 142 entre 262 regiones europeas, mientras Madrid está en la posición 57.

Por otra parte, la burguesía catalana no es homogénea en casi nada: ni en el tamaño de sus empresas, ni en su mercado principal, ni en su inclinación separatista o constitucionalista. Tienen en común manejar recursos y morar en el oasis catalán, hoy estanque mugroso y plagado de cocodrilos. Por primera vez en la historia, con la Autonomía la burguesía catalana ha estado cerca del poder, aunque fuera el poder de un gobierno regional emergente y, finalmente, desleal y separatista. Pero la burguesía catalana sabe que en Barcelona quien manda es la Generalitat. El gobierno de España ni está ni se le espera, salvo los constitucionalistas, que aún creen en los milagros. De ahí la inclinación actual de la burguesía catalana.

En sus actos, el separatismo gobernante en Cataluña anticipa el totalitarismo de su predicado nou país. En este contexto, y dado lo muy avanzado que está el proceso de rebelión, el miedo de los dirigentes empresariales catalanes se ha trocado en terror y catatonía, síndrome esquizofrénico, con rigidez muscular y estupor mental, algunas veces acompañado de una gran excitación. En el estado catatónico en que está postrada la burguesía catalana, los afectos, la conciencia y el pensamiento están severamente alterados. Prevalece el odio a lo español y la persecución al catalán normal, el bien no se distingue del mal y es difícil enjuiciar moralmente la realidad y los actos. De este modo, muchos líderes no parecen conscientes de que la secesión de Cataluña sería su final y el fin de la bonanza y excepcionalidad catalana, debida justamente al buen lugar de Cataluña en España. La degradación de la calidad moral, intelectual y política de la burguesía catalana es un signo más de la decadencia a la cual el separatismo ha abocado a Cataluña.

La burguesía catalana está despavorida de lo que ve y de la posición en la cual se halla. Muchos -demasiados- burgueses catalanes han sido llevados a adherirse a una causa completamente falsa, surrealista, imposible y suicida. Pero los dirigentes catalanes son incapaces tanto de gritar prou (basta) -lo que es su obligación intelectual y moral- como de gritar visca la revolució -lo que anhelan los rebeldes del Govern de la Generalitat. Tras el «Madrit ens roba» y el «mori Espanya», la burguesía catalana se ha quedado in albis, colgada entre los negocios subvencionados y el terror al caos.

Algún día la burguesía barcelonesa se reputó de ser pactista. Luego fue una burguesía ventajista, generaba un conflicto y de Madrid se traía algo para su casa. Todo esto es pasado. Hoy, a nadie se le ocurre ya proponer pacto fiscal alguno, ni blindaje del catalán como única lengua, ni referéndum, ni nada más. Parece, pues, que la catatónica burguesía catalana esté esperando el detonante que obligue al Estado español a intervenir Cataluña. De corazón, suspira por la intervención del gobierno de España, por la sujeción del gobierno de la Generalitat al sentido común y a la ley.

Y, sin embargo, la democracia española parece bloqueada, por la crisis del sistema de partidos y por el mismo problema nacionalista catalán. Es época de rauxa, tras tantos desafíos y provocaciones separatistas y a la espera de su rebelión última. Sin embargo, naturalmente, prevalecerán el seny y la Constitución.

FERRAN BRUNET ES PROFESOR DE ECONOMÍA (UAB)Y RESPONSABLE DE ESTUDIOS ECONÓMICOS DE SCC

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