El Belén restablecido

Somos la victoria del amor, el Belén restablecido en el portal más improbable de Historia. Somos el afán de Dios concretado en nuestra voluntad y en nuestro sentimiento

Ilusión infantil en la feria de Santa Llúcia Elena Carreras
Salvador Sostres

Esta funcionalidad es sólo para registrados

El Primero de Mayo de 2017 mi mujer me dijo que quería separarse y yo, que soy hijo de padres separados, es lo último que quería para mi hija porque sé el ruido que hacen las cosas al romperse, «y hubo tanto ruido/ que al final llegó el final». Los dos primeros días estuve enfadado, no tanto por despecho como por la angustia y la impotencia de no haber podido defender la más elemental fortaleza de Maria. Luego conseguí calmarme y empecé a pensar, que casi siempre significa ordenar tus prioridades. Intenté que Anna cambiara de opinión pero ni ella estaba dispuesta ni yo podía recurrir sin mentira a los argumentos convincentes. Al cabo de algunos meses mi querida Itziar me dijo: «Anna te ha hecho el trabajo sucio», and I realized she probably was right.

Mi decisión fue entonces salvar lo que más me importa y me identifica, lo que me da sentido, me interpela y me define, que es mi familia. Mi amigo Jordi Basté -y cuando digo amigo, lo digo con toda la profundidad de la palabra, y no como un modo de hablar- me lo había explicado años antes, cuando él pasó por la misma experiencia: «que fracase tu matrimonio no significa que tenga que fracasar tu familia». Dolido por una decisión que consideraba frívola, asustado por el daño que podía sufrir Maria y con mi fuerza y mi flaqueza, mis contradicciones y mi esperanza de hombre blanco y católico, barcelonés y bienestante, salí a la intemperie a sostener a mi familia contra la inundación y sin otra red que la de mis manos. Hablé con Anna, le puse todas las facilidades, le dije que hiciera lo que hiciera yo siempre iba a quererla y a protegerla, llegamos a un acuerdo muy fácil porque consistió en que yo iba a pagarlo todo, salvo la asistenta de mi casa -ya la de Maria- que continuaría pagándola ella (algo de redención, algo de penitencia); y quiero aclarar que cuando le dije que siempre iba a quererla tampoco era una forma de hablar, ni de facilitar el acuerdo, sino la verdad más sincera que jamás he dicho. Ustedes se habrán dado cuenta que aún me refiero a ella como «mi mujer», y no es una nostalgia, sino lo que siento. Mi mujer no como una posesión sino como un deber; como la promesa sostenida que una vez nos hicimos ante Dios y ante el mundo; como parte fundamental, estructural, imprescindible de mi vida; y también como madre de mi hija.

Es verdad que yo siempre seré la primera y la última línea de defensa de Maria y que ésta es mi vocación y mi cometido por encima de cualquier otro, pero también lo es que yo hice una promesa y que esta promesa continúa vigente en mi corazón y en mi compromiso. Porque se la hice a Dios y porque se la hice a Anna. Con más acierto o menos, a veces torpe y otras supongo que algo más simpático, he intentado no sólo mantenerla sino hacerla florecer y que los tres floreciéramos en su vigencia. También mi mujer fue entendiendo poco a poco este propósito y lo ha ido interpretando con admirable paciencia y tesón, a veces con desespero, porque yo soy mucho de hacerlo todo a mi manera, pero hace dos años de aquella conversación que casi me parte por la mitad, y aquí estamos, en pie, como una familia unida que se ayuda, se ama y se necesita.

Con la niña hablé yo, sólo yo, y le dije que mami dormiría en otra casa porque por causa de sus hernias le convenía más tener una cama para ella sola. Fue una excusa francamente patatera y que ya sabía que no duraría para siempre, pero me sirvió para no darle al momento un nombre mucho peor que la realidad que yo esperaba poder edificar, como así ha sido, y aunque dormimos en casas distintas, llevamos juntos cada día a la niña a la escuela, compartimos muchos fines de semana, y los grandes viajes y la parte de las vacaciones que implica algún desplazamiento los hacemos los tres juntos. Para mí no representa ningún sacrificio. Todo lo contrario: yo nunca me hubiera separado y siempre ha pensado que las familias tienen que permanecer unidas, disfrutar juntas de los momentos alegres y crecer juntas cuando la vida cuesta y todo se tambalea. Me agrada estar con mi mujer, me gusta verla sonreír, y aunque a veces discutimos por lo mismo de siempre, somos los dos adultos que han sido capaces de sobreponerse a sus prejuicios y a sus debilidades, a su incomprensión y a su mediocridad para proteger la estructura fundamental de nuestra niña: es decir, nuestra la familia. Estoy orgulloso de mi mujer, y muy agradecido.

Somos la victoria del amor, el Belén restablecido en el portal más improbable de Historia. Somos el afán de Dios concretado en nuestra voluntad y en nuestro sentimiento. El odio está más de moda, dejarse llevar por la rabia, por el egoísmo de los impulsos automáticos. Somos el carácter derrotando a la dejadez, la tensión del alma dominando el acto reflejo, gigantes inclinados sobre la cuna, y la curva alargada de nuestros cuerpos es el resumen de la Humanidad y de lo que la Creación espera de nosotros. Continuamos, pese a todo, siendo María y José. Sí. Pero sólo porque en estos dos años no nos ha importado ser el buey y la mula, la paja mullida del lecho de nuestra hija.

A veces me preguntan por qué cuento mi vida en los artículos. Pienso que todos tenemos que escribir de lo que sabemos, y que mi vida es el reflejo de tantas otras vidas que tienen la misma importancia, el mismo valor y el mismo interés que los deportes, la cultura o la política; y que si un periódico es el acta notarial del día anterior, tiene que hacerse cargo del amor y de la esperanza, de la ternura y de la angustia que transcurren exactamente igual que los demás acontecimientos por este tiempo tan extraño que nos ha tocado vivir. Y nadie te conoce mejor que yo. Nadie conoce tu corazón mejor de lo que lo que conozco yo. Nadie puede dar testimonio de que estuviste acabado, pero yo sí. Vivimos en prisiones de indiferencia y yo soy el único que queda despierto cuando el guardia apaga la luz. ¿Mi vida? Es la tuya ,y si me lees despacio te verás reflejada en ella.

También en mi familia restablecida en el empeño de un padre y una madre por no dejarse llevar por su capricho o por su ira, y somos nosotros y somos la metáfora de los primeros padres del mundo. Sólo el amor es fértil y de lo que una vez amaste nunca has de arrepentirte. El odio requiere la misma dedicación y no sirve para nada. Cuando el tiempo pase, tu hija sabrá lo que hiciste, y se parecerá demasiado a ti, y será tarde para repararlo. Mi familia es mi mayor orgullo pero también mi humildad más absoluta, y ni morir me importa si es por Anna o por Maria.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación