Promesas electorales en la arena

En una atmósfera política cada vez más irrespirable, con la Diada al caer y el fondo de unas elecciones que solo se vislumbran, aflora una verborrea irrefrenable. Mientras, la realidad nos lleva a la alarmante epidemia, a los hospitales, a los colegios. Y de lo prometido, humo.

Hace justo diez años, el verano en Cataluña estuvo marcado por la prohibición contra derecho de las corridas de toros. El 28 de julio se votó la abolición en el Parlament, y la tensión se trasladó de forma inmediata a la plaza Monumental en donde siguió la temporada en un clima de reivindicación, por parte de los aficionados, de la libertad prohibida. Lo que sucedía en el ruedo se amplificaba y algunos partidos vieron en el coso barcelonés un escenario ideal para lanzar sus promesas. Y allí se plantaron durante la Feria de la Mercè los líderes del PP y de Ciudadanos, formaciones que se opusieron, es verdad, a la desaparición política de la Fiesta en Cataluña.

La última corrida de aquella temporada fue protagonizada por el diestro de Montcada Serafín Marín, que brindó su primer toro a la popular Alicia Sánchez Camacho y el segundo a Albert Rivera. Triunfo grande del torero catalán, que llegó a indultar a un bravo toro de Jandilla, y euforia entre los aficionados que levantaron e hombros, junto a los de luces, al diputado del PP, Rafael Luna, y al líder de Ciudadanos. Qué no prometieron entonces en la lucha contra aquella abolición con unas elecciones catalanas a la vuelta de la esquina. Pero la euforia se fue diluyendo, y eso de lo prometido es deuda quedó para mejor ocasión. Al final fue la Justicia la que determinó que aquella prohibición no se ajustaba a derecho, aunque ahora la política, lejos de allanar el camino de la verdad, mantiene el miedo para disuadir tentaciones. Los toros, un espejo en el que mirarse para entender el hoy de esta tierra.