Ángel González Abad - Los martes, toros
Nuevas ilusiones de un torero catalán
«Tres años sin vestirse de luces y la misma ilusión que en sus triunfales tardes barcelonesas»
Lejos de la bufonada, y algo más, del pregón de Jordi Cuixart junto a Ada Colau en las fiestas del barrio barcelonés de Gràcia, en una pequeña localidad conquense, en una modesta plaza de toros, un torero catalán volvía a enfundarse el traje de luces después de tres años. Serafín Marín sufrió como pocos todo el proceso que llevó a la abolición de las corridas de toros en esta tierra, pues al torero de Montcada le ha costado muy cara la prohibición, y no solamente en lo económico, que también.
Puso toda su fe, todo su esfuerzo, en la defensa de la Fiesta. En Cataluña y en todas las plazas en las que toreaba. En Las Ventas hizo el paseíllo envuelto en la senyera y con barretina, en una acción desesperada, en un clamor de libertad.
Toda la sinrazón política le afectó en su ánimo. Su nombre fue orillado por las empresas. La lucha por recobrar el tiempo se hizo titánica. Su sitio y su nombre lo reivindicaba cada tarde con capote y muleta. Fueron muchas las causas, y no de todas fue responsable, las que le llevaron al ostracismo.
La lucha en los despachos, para muchos toreros tan dura o más que ante el toro, le dio la oportunidad de anunciarse en San Lorenzo de la Parrilla, entre la Mancha y la Serranía, en un pequeño coso, pero ante una corrida de Miura. Poca broma.
Tres años sin vestirse de luces y la misma ilusión que en sus triunfales tardes barcelonesas.
El catalán ya sabía lo que son los toros de Miura, con toda su leyenda a cuestas, y demostró que lejos de ser un torero acabado, se encuentra en un momento de madurez que todavía puede dar mucha guerra en las plazas. El primer paso en la búsqueda del camino perdido ya lo ha dado, volver a abrir las puertas que se le cerraron en tiempos no tan lejanos no será tarea fácil, pero nunca imposible.