Ángel González Abad - Los martes, toros

De música y oro

«En la Casa de Madrid, los aficionados han disfrutado del análisis y el debate en torno a la Fiesta»

Ángel González Abad

Un poco de música no vendría mal para apaciguar las fieras que están volviendo del revés a esta Cataluña inmersa en la convulsión. Y si en algún sitio saben aplicar la poción mágica para la concordia, ese es la Casa de Madrid en Barcelona. Allí, en el palacete de Ausiàs March, se ha celebrado en un clima de tolerancia una edición más de su Feria de Otoño, la que fundó el inolvidable Luis María Gibert, cuyo testigo recogió con entusiasmo Fernando del Arco.

En la Casa de Madrid, los aficionados han disfrutado del análisis y el debate en torno a la Fiesta. Los toreros de arte, que Alberto Taurel diseccionó con tino, o las vivencias de Salvador Balil, con su Viaje por la Barcelona taurina, y Carlos Abella, en sus recuerdos entre la Monumental catalana y la madrileña. También el diestro Agapito García Serranito presentó su biografía recientemente publicada.

El final a la Feria de Otoño lo puso el pasado viernes el crítico salmantino Paco Cañamero con su visión sobre Ignacio Sánchez Mejías. Unos días antes, en una noche con tintes mágicos, todo se inundó de música. Vestido de música y oro, Carlos Checa contagió su entusiasmo por la Fiesta. No podía ser de otra forma por parte de quien ha vivido la tauromaquia por los cuatro costados. El director de la Joven Orquesta Sinfónica de Barcelona llenó la sala e hizo disfrutar a todos. Sus experiencias, el significado de la música en las plazas, su influencia en el devenir del espectáculo. El origen del pasodoble, limitado a amenizar comedias hasta que una tarde en la plaza de la Barceloneta, la actuación del gran Lagartijo produjo tal impacto que la banda se arrancó para coronar lo hecho en el ruedo por el mítico diestro. Desde entonces, el pasodoble como premio a los toreros.

De música y oro en el homenaje a sus padres. A Elvira Checa, tan presente en tantas tardes de toros, a la que animó a seguir componiendo, y a su padre, Luis María Gibert, con quien la Fiesta está en deuda. De música y oro se vistió una tarde de otoño en un rincón de Barcelona.

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