Ángel González Abad - LOS MARTES, TOROS

La mejor faena de Manolete

Cuentan las crónicas que Manolete tuvo su mejor tarde. La faena más completa, el sueño de un torero y la locura en los tendidos.

Con la pandemia disparada, la «okupación» sin freno y la inconsciencia del anuncio de una Diada con manifestación incluida, prefiero echar la vista atrás y comprobar que aquí la vida era de otra manera. Y he elegido un caluroso jueves de verano de hace setenta y cinco años. El 30 de agosto de 1945, Barcelona no estaba vacía, no había entonces éxodo vacacional, y en la Monumental se anunciaban los dos toreros que estaban marcando la temporada. Manolete y el mexicano Carlos Arruza, que seguían en intensa competencia.

La plaza se llenó hasta la bandera, se hizo pequeña para ver una vez más a los ídolos. El cartel lo completaba Rafael Llorente, que tomaba la alternativa, y toros de Carlos Núñez. Manolete tenía legión de incondicionales en el coso en donde más veces toreó. Hasta setenta veces hizo el paseíllo el cordobés en la Ciudad Condal, y en el final de la temporada de 1945 ya había cumplido más de sesenta compromisos.

¿Qué tuvo de especial aquel 30 de agosto? Cuentan las crónicas que Manolete tuvo su mejor tarde. La faena más completa, el sueño de un torero y la locura en los tendidos. «Férvido entusiasmo» escribió un revistero, para definir lo que se vivió en la Monumental. El toro «Campesino» derrochó bravura y nobleza. Siete verónicas magníficas, «amplias, templadas, suaves y garbosas» fueron el comienzo. Hasta tres veces hubo de saludar Manolete una ovación atronadora y sin fin. Pero si miles aclamaban siempre al Monstruo de Córdoba, en los tendidos de sol había un grupo de aficionados que no siempre se le entregaban, que le exigían cada vez más. Hacia ellos se fue el torero para brindarles la faena. Y esta vez convenció a todos. Ni uno puso el menor reparo cuando paseó en su mayor triunfo los máximos trofeos. Su mejor faena, de las hechas hasta aquel momento y «de las que pudieran venir», se aventuraba un crítico.

Hace setenta y cinco años, las cosas eran de otra manera. Que se vivía, vamos.

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