De Marsé a Pujol, pasando por la Monumental

Lo que pudo ser y no fue. Lo que fue. De una Barcelona plena de libertades, con sitio para todos, dibujada por un hombre que sentía el respeto por encima de todo, a una Cataluña de libertades perdidas. De la riqueza cultural y social reflejada por Juan Marsé, a la pobreza moral de un caudillito a quien todos, dentro y fuera, le rieron las gracias mientras criaba la gran familia.

Marsé, que no fue aficionado a los toros, entendió como pocos el sentido de la Fiesta. Cuando se planteó la prohibición política de las corridas de toros soltó un “¡Qué collons está pasando!”, que resumía su postura. No entendía la iniciativa porque no era partidario de prohibir nada. Era del prohibido prohibir, tan lejos de aquello de “franquista y para turistas” que desplegó el nacionalismo convergente para apartar de su Cataluña feliz algo “ajeno a Cataluña”.

En Marsé y Pujol, ahora con su familia camino del banquillo, nos encontramos la verdad frente a la mentira; la honestidad de reflejar una sociedad real, frente a la mezquindad de un guión perfectamente diseñado que ha acabado con esa sociedad rota y enfrentada, a la deriva.

Y los toros, esa cultura de la que bebieron muchas generaciones de catalanes, la que Marsé no era partidario de prohibir, estaba en el objetivo de un nacionalismo convergente que se lo puso en bandeja de plata a los más radicales para asestarle la estocada final. Pero aquello fue una mentira, una más de la Cataluña creada a la imagen y semejanza de un hombre, de un clan, a quien la justicia primero, y después la historia, juzgará.

El relato oficial intenta el silencio, la herencia del abuelo Florenci, la historia a la carta. Si te dicen que caí...