Exilio

Lo que no había sucedido en décadas, hasta siglos, se ha hecho habitual desde hace unos años. Más desde los tristes acontecimientos que se sucedieron en torno al 1 de octubre de 2017. La convulsión social de una Cataluña partida en dos desencadenó una salida masiva de empresas, que prefirieron, a partir de aquel momento, trasladar sus sedes sociales fuera de lo que siempre había sido su casa. 

Miles, algunas del calado de La Caixa, Banco de Sabadell, Abertis o Gas Natural. El exilio empresarial, que desgraciadamente, no ha sido el único en esta tierra, antes de acogida. La libertad perdida, una libertad que se fue diluyendo con el tiempo, a la vez que se  perdía el carácter plural y cosmopolita. En la edición de ayer lunes de ABC, recogía en un reportaje una de las libertades cercenadas, la de los aficionados a los toros, la de los chavales que, pese a todo, todavía sueñan con ser toreros en Cataluña y que se ven obligados a un exilio para poder simplemente entrenar su pasión.

El exilio empresarial, el económico, pero también el social, el de los que tienen que salir de su tierra para respirar el aire que aquí se les niega. Y estamos hablando de una necesidad, que a ninguna de las empresas que cambiaron su sede a Madrid, Valencia, Alicante o Zaragoza, se les obligó a marchar. Como tampoco a los que siguen soñando con el toreo... No hay prohibición legal, ya no, hay miedo. Una ley no escrita que dice lo que es y no es permitido en estos lares.

Miedo a una situación que se hace, tantas y tantas veces, irrespirable, y que marca el obligado camino del exilio.