A la escuela con capotes y muletas

Mientras la pandemia no se detiene, mientras el panorama político, lejos de aclararse, se enmaraña por momentos ante el horizonte electoral, hablar de toros puede parecer algo surrealista, si no fuera porque el surrealismo ha invadido ya demasiadas veces la vida de esta Cataluña convulsa.

Ser aficionado en esta tierra se ha convertido en un hecho heroico; querer ser torero, un milagro. Conseguirlo, el cielo... Y hacia ese cielo miran todos los días el puñado de chavales que sueñan con la gloria vestidos de luces. Más de dos décadas lleva funcionando la Escuela Taurina de Cataluña, que ahora ha cambiado de riendas. Manuel Salmerón y su directiva han dejado paso a nuevos aires sin que se pierda ni un ápice de todo el trabajo hecho durante tanto tiempo.

La Escuela Taurina de Cataluña ha mantenido viva su actividad desde la prohibición de las corridas de toros en 2010, y hasta la ha incrementado. Sus responsables tuvieron que reinventarse tras la abolición y asociados con la francesa Escuela Taurina de Nimes han sorteado los inconvenientes de las clases prácticas para continuar con su labor de formar toreros. Ayudas como la de la Fundación José Tomás son fundamentales para mantenerla viva.

El cambio lleva a la dirección a Enrique Guillén, el último diestro catalán en tomar la alternativa en la Monumental de Barcelona que mantiene la pasión por la fiesta como apoderado y empresario. En la aventura le acompañan el también matador de toros catalán Alfonso Casado y el subalterno Juan Carlos de Alba, y junto a ellos el abogado Cristian Alemany, los economistas José Sabina y Gerard Más, y los empresarios Xavier Estébanez y Manuel Sánchez. La valentía del paso adelante que han dado va a permitir que el sueño por ser torero no sea algo inalcanzable en una Cataluña sin toros.