Ángel González Abad - Los martes, toros
El Cordobés emuló a Urtain en la Monumental
«Ha pasado medio siglo, y todavía hay muchos aficionados que recuerdan la conquista popular de la Monumental por un auténtico ciclón vestido de luces»
Ha pasado medio siglo, y todavía hay muchos aficionados que recuerdan la conquista popular de la Monumental por un auténtico ciclón vestido de luces. Fue el 14 de junio de 1970, cincuenta años de una tarde que despertó una gran expectación en la Ciudad Condal y que acabó con un zarpazo del toreo más heterodoxo, que hizo temblar los cimientos de la plaza barcelonesa. Ni una localidad quedó sin vender, la reventa por las nubes, y un sol justiciero que lo soportaron con resignación los ocupantes de los tendidos de la solanera. El cartel era de lo más atractivo que podía completarse entonces. Diego Puerta, con su valor a prueba de bombas, Paco Camino, que venía de cuajar en solitario una gran tarde en Madrid que se saldó con ocho orejas, y El Cordobés, que se entretuvo en llevarse otros ocho trofeos de Las Ventas en San Isidro. Los toros de Juan Pedro Domecq, con dos sobreros del Atanasio, a punto estuvieron de dar al traste con el cartel. No defraudaron, aunque tampoco desataron pasiones, los dos sevillanos. La tarde iba un poco cuesta abajo cuando saltó el sexto, otro sobrero de Juan Pedro que resultó bravo. El Cordobés lo vio claro y desplegó toda su personalidad. Primero sin estridencias. Ora con la derecha, ora al natural. Y cuando ya tenía a todos a su favor llegó una auténtica explosión de lo que los críticos denominaron el antitoreo. Sus populares saltos de la rana surgieron con más fuerza que nunca, desplantes y demás alardes, y todo un repertorio populista que provocó una reacción de júbilo entre el público. Tan entregado estaba, y ya como colofón, que se puso a pelear con el toro. Cabezazos y puñetazos, emulando al célebre Urtain, tan de moda en aquellos años. Ganchos de izquierda, de derecha... Y la plaza que echaba humo. Locura en los tendidos, los aficionados más puristas apenas se atrevían a reivindicar su concepto del mejor toreo, pues quedaron arrasados por una masa que obligó a la presidencia a conceder las dos orejas y el rabo. A hombros se lo llevaron por la Gran Vía...