Ángel González Abad - Los martes, toros
Aquel Rivera tan torero
En una tarde de toros por la Mercé, en un día de triunfo del torero catalán Serafín Marín, los aficionados alzaron en hombros a Rivera, que, sin ser aficionado, sí se comprometió en luchar contra la libertad cercenada
En el adiós de Albert Rivera, en la desilusión ciudadana que ha llevado a su partido a la debacle, tiempos hubo en que la moral del fundador estaba más alta y sus acciones producían el efecto contrario al abatimiento, a la consternación, a la desmoralización que ahora inunda a dirigentes y militantes.
De aquel Rivera de la Barcelona de hace ya más de una década quedaron gestos con los que supo conectar con muchos sectores de la sociedad que necesitaban y clamaban por el amparo de una formación política que entendiera y luchara por sus anhelos. La capital catalana acababa de ser catalogada como ciudad antitaurina y se abrió el debate sobre la abolición de las corridas de toros. Ahí los aficionados encontraron a una persona y una formación que se puso a su lado para defender la libertad que desde otros partidos se empeñaban en hurtar. Llegó la votación final en el Parlament contra la tauromaquia en julio de 2010, y entonces la voz de Rivera gritó contra aquella mentira política, que al final quedó al descubierto por la sentencia del Tribunal Constitucional que revocaba la prohibición. En una tarde de toros por la Mercé, en un día de triunfo del torero catalán Serafín Marín, los aficionados alzaron en hombros a Rivera, que, sin ser aficionado, sí se comprometió en luchar contra la libertad cercenada, y los sacaron por la puerta grande de la Monumental.
Los aficionados lo tuvieron a su lado, hasta recibió una ovación de gala en la mismísima Maestranza de Sevilla, pero aquellos aires tan toreros de Rivera se fueron apagando, el apoyo incondicional se convirtió en tibieza, y esa frialdad en indiferencia, apatía y olvido.
En su adiós a la política no están siendo pocos los que consideran que el desplome electoral de Ciudadanos se debe a la suma de acciones incoherentes. Quizás Rivera debió recordar siempre aquella ilusión que insufló entre los aficionados, y también el desafecto que provocó después.