Ángel González Abad - Los martes, toros
Años de convulsión social
Proliferaban los teatros, los cafés, los cabarets; había unas irrefrenables ganas de vivir. Y como un punto más de la Barcelona que vivía estaba el espectáculo taurino
Si echamos la vista atrás, un siglo, cuando Barcelona forjaba el proyecto de convertirse en una ciudad metropolitana, símbolo de modernidad, la realidad social discurría en medio de una exasperada convulsión social. El comienzo de los años veinte estuvo marcado por una violencia sin igual. Huelgas, asesinatos, patrullas al margen de la ley… todo en un clima irrespirable del que, sin embargo, iba surgiendo una ciudad que no se resignaba a ese constante estado de excepción.
Proliferaban los teatros, los cafés, los cabarets; había unas irrefrenables ganas de vivir. Y como un punto más de la Barcelona que vivía estaba el espectáculo taurino. En aquellos años seguía abierta la vieja plaza del Torín, en la Barceloneta; estaba a pleno rendimiento Las Arenas, inaugurada con la entrada del siglo, y se encumbraba la Monumental, con pocos años a sus espaldas.
Claro que, a veces, la tensión de la calle llegaba también al ruedo. En la Monumental, que aquel 1921 programó unas cuarenta funciones entre corridas de toros y novilladas, a las que habría que sumar las de las otras dos plazas para darnos cuenta de la importancia del toreo en la sociedad catalana, se programó a mediados de julio una novillada que juntó en el cartel a las jóvenes promesas que más interesaban a los aficionados. Los hermanos Pablo y Marcial Lalanda, Antonio Márquez, Gitanillo de Ricla y el catalán Ventoldrá. Y en la arena el pique entre Marcial y Márquez, por un quite de más o de menos. La llamada al orden del presidente y las palabras entre los toreros que llegaron a las manos entre el estupor de los espectadores. Los separaron y la sangre no llegó al río, pero aquella pelea marcó siempre la relación entre los dos toreros, incluso cuando ambos ocuparon, con el tiempo, lugares de privilegio entre los matadores de la época.