José Rosiñol - TRIBUNA ABIERTA

Se acabó la broma

La obsesión del separatismo por pasear su mensaje extemporáneo por las cancillerías de medio mundo está acabando con nuestra reputación

Cataluña lleva ya demasiados años jugando a la disrupción política, atrapada en un juego de intereses económicos, ambiciones personales y unas ensoñaciones nacionalistas ancladas en una cosmovisión decimonónica esencialista y excluyente. Ya han pasado más de quince años desde que se empezó a hablar de un nuevo e innecesario Estatut patrocinado por el socialismo independentista (y apoyado por ERC) que había sabido medrar en las entrañas del PSC; más de quince años en los que la política normal, aquellas decisiones estratégicas que marcan el devenir de las sociedades y corrigen anomalías, está en stand by, interesadamente apartada del debate público, precisamente, durante los peores momentos de la Gran Recesión.

Este larguísimo intervalo de tiempo ha servido para que los próceres nacionalistas perviertan el sentido de las instituciones. Han pisoteado la neutralidad política, han empobrecido la ya paupérrima cultura democrática de los catalanes, han empequeñecido el sentido último de la democracia y del Estado de Derecho. Han confundido lo público con lo privado, han acaparado los espacios públicos, han puesto al servicio de un partido (el multipartito único separatista) todos los resortes del Estado en Cataluña (no olvidemos que el Presidente de la Generalitat es el principal representante del Estado en nuestra comunidad) y han reeditado la lógica de los países del Este en los que Estado-Partido se confundían en una arena sociopolítica monolítica.

El costo de esta pesadilla –que para algunos les hubiese gustado que fuese autocumplida- es enorme, aún no nos damos cuenta de la dimensión de la misma, no sólo en el ámbito inmediato de lo económico y el coste de oportunidad; ni siquiera en el grado de deslegitimación de las instituciones o en la tergiversación de los principios democráticos: lo estamos viendo en el prestigio de Cataluña y los catalanes y, por tanto, del conjunto de España. La obsesión del separatismo por pasear su mensaje extemporáneo por las cancillerías de medio mundo está acabando con nuestra reputación, como cada día nos demuestran más medios de comunicación extranjeros que somos el hazmerreír de nuestro entorno, lamentablemente la reputación es algo que cuesta mucho tiempo y esfuerzo ganar pero se pierde con enorme facilidad y esto es un lujo que no nos podemos ni debemos seguir permitiendo.

@JosRosinol

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