el oasis catalán

Monstruo

Quizá la historia, al contrario de lo que suele decirse, no se repita. Pero, sí es cierto que en el caso de Cataluña la historia de ayer y la de hoy riman. Decadencia.

Señores (18/06/2023)

Puigdemont, en el Parlamento europeo efe
Miquel Porta Perales

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Los historiadores señalan que, entre el XVI y el XVII, Cataluña vivió la etapa de la Decadencia. Cultural, pero también política y económica. Causas: se impone libremente el bilingüismo y se abandona la lengua madre, la mayoría de las obras literarias se publican en lengua csatellana, el comercio atlántico gana la partida al mediterráneo, crisis económica y demográfica, expulsión de los judíos (banca) y los moriscos (fuerza de trabajo) y –no podía faltar el victimismo- el rey español Felipe II. Una Cataluña sin rumbo, reducida a una provincia que conserva sus instituciones, pero en modo alguno se identifica como Estado. Una Cataluña abatida, desorientada y empobrecida.

Cataluña –finalmente- sale del impasse en el XVIII con la llegada de los borbones y sus reformas. Así lo afirma Narcís Feliu de la Peña: «consiguió la Provincia cuanto había pedido» y las Constituciones de la época «fueron las más favorables que había conseguido la Provincia» (Anales de Cataluña y epílogo breve de los progresos y famosos hechos de la nación catalana, 1709). Y, como escribió Jaume Vicens Vives, el Decreto de Nueva Planta significó «el desescombró de privilegios y fueros que benefició insospechadamente a Cataluña» (Aproximación a la Historia de España, 1952).

Quizá la historia, al contrario de lo que suele decirse, no se repita. Pero, sí es cierto que en el caso de Cataluña la historia de ayer y la de hoy riman. Decadencia. El bilingüismo de libre elección se impone en Cataluña a pesar de la política lingüística coercitiva de la Generalitat. La Generalitat carece de rumbo conocido. Cataluña tiene sus instituciones, pero no se identifica como Estado a pesar del incumplimento de leyes y resoluciones judiciales. Y, como ocurrió siglos ha, inversores y empresas marcchan de Cataluña. Cosas que han sucedido sin ningún Felipe II y sí con un Felipe VI y una Monarquía parlamentaria que se limita a sancionar las leyes elaboradas y aprobadas por las Cortes Generales.

La cuestión: ¿por qué –sin Felipe II, sin guerras, sin la expulsión de judíos y moriscos y con un Mediterráneo en pleno funcionamiento- se percibe la dedadencia –desorientación y abatimiento- en Cataluña? Los detalles son innumerables y se alimentan unos a otros: unos políticos que dan un golpe, un número importante de empresas que toma las de Villadiego huyendo de los salvadores de la Patria, una obra pública que brilla por su ausencia, un gasto innecesario en «embajadas» y chiringuitos, una presidenta del Parlament de parte -condenada por prevaricación y falsedad documental- que ha sido substituida por otra presidenta –una joya independentista- en cuyo brillante currículum sobresale el proselitismo independentista. Por si fuera poco, la nueva presidenta rinde pleitesía en Bruselas al fugitivo Carles Puigdemont al tiempo que reivindica el reféndum ilegal de 2017.

Todo ello, y mucho más, brinda el ejemplo de la decadencia de Cataluña propiciada por un nacionalismo catalán decadente que se revictimiza de nuevo a la manera trumpista –Catalonia First y todos a la calle a recuperar lo que nos han quitado- y plantea la confrontación con el Estado para hacer frente –dicen- al nuevo 155 que busca la minorización de una Cataluña que sólo puede ser gobernada por los catalanes.

Repito la pregunta: ¿por qué la decadencia? Al independentismo –visceras, insensatez y bronca- no le mueve la reflexión, sino la frustración y la revancha. Quién sabe si el odio. De ahí, la parálisis seguida de la decadencia. El monstruo sigue ahí, bajo las ruinas.

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