Hijos del Olvido
La venganza tiene nombre de mujer
Catalina Martín López de Bustamante (Medina de Rioseco, ?-?)
Guerrillera en la Guerra de la Independencia junto a su tío, administrador de Correos en Rioseco, fue nombrada alférez de caballería por su valor temerario
Cincelada en el pilar oeste del famoso Arco de Triunfo, aparece la inscripción M. del Rioseco (sic). Una decisiva victoria que aseguraba la corona de España en las sienes de José I, como exclamó Napoleón. Boniface de Castellane, futuro mariscal, presenció en 1808 la batalla y su ominosa secuela: el saco de Rioseco. A pesar de haber combatido por toda Europa, incluida la atroz campaña de Rusia, en sus memorias se mostraba especialmente impresionado por este episodio. «El saqueo de una ciudad es una cosa horrible», escribía como preludio de una descarnada descripción que rezuma vergüenza: «Las calles estaban llenas de cadáveres, no se podía, durante la noche, dar un paso sin caer sobre los caballos o sobre los hombres muertos. La ciudad se había entregado al pillaje, se escuchaba desde todos los lados el ruido de los disparos haciendo saltar las cerraduras. Una madre, con su hijo en los brazos, iba a abrir su puerta y fue muerta por la bala de un fusil apoyado por un soldado contra el agujero de la cerradura…».
La simiente de esta saturnal de sangre y fuego no tardaría en fructificar y los verdugos de aquella noche, transmutados en víctimas, vagarían aterrorizados por el infierno español, intentando esquivar la horrible muerte que acechaba en cada recodo del camino o en mitad de la noche.
Toribio Bustamante, administrador de Correos de Rioseco, además de preparado, era un hombre con carácter. Así lo acredita la causa penal, localizada en el Archivo de la Chancillería, que le abrieron en 1803 por resistencia a la justicia, «con una escopeta y un trabuco en cada mano». También él sufrió la barbarie francesa. «Mataron a un hijo suyo todavía niño, ultrajaron y después asesinaron indignamente a su mujer», relataba la 'Gazeta de la Regencia de España e Indias'. Acompañado por su sobrina Catalina Martín, dejó la Ciudad de los Almirantes para organizar una activa partida, la del Caracol, que actuaría en la línea del Tajo. Se desconocen las razones, tal vez por inconfesables y deshonrosas, que impulsaron a la joven a tan insólita decisión. Así, de un día para otro, se vieron tío y sobrina convertidos en guerrilleros con un único objetivo: vengar las afrentas recibidas. ¡Y vaya si lo hicieron!
El de Catalina Martín, durante la Guerra de Independencia, fue un caso extraordinario -aunque no único- que entronca con una vieja tradición hispana de mujeres militares. Sirva como precedente el de su homónima Catalina de Erauso, la famosa Monja Alférez. Aunque, a diferencia de la vasca, no tuvo que ocultar su condición y combatió como lo que era, como mujer. Respetada por sus hombres, temida por sus enemigos, sus hazañas pronto correrían de boca en boca, amplificadas por la prensa de la época. ¡Una mujer al mando a comienzos del siglo XIX!
Casi dos siglos antes del ingreso oficial de las primeras mujeres en el Ejército español, logró algo impensable: fue nombrada alférez de caballería por el valor temerario demostrado en la acción de Valverde de Leganés (Badajoz), en febrero de 1810, un increíble golpe de mano que sorprendió a la brigada del general Charles-Victor Beauregard. Sus novecientos dragones no lograron frenar el ímpetu de la brava amazona. Catalina fue la primera en atacar, «matando con su propia mano más de diez franceses y salvando con su arrojo á un pelotón de españoles próximos á ser copados por los imperiales». Un centenar de enemigos murieron, entre ellos su general, cuyo nombre también figura en el Arco de Triunfo, que esconde, para quien sepa leer entre líneas, la historia de una colosal venganza.
Catalina peleó constantemente al lado de su tío. En el verano de aquel año, en un ataque sorpresa cerca de Monfragüe, lograron impedir el paso del Tajo a setecientos franceses y les causaron muchas bajas. Aunque su intrepidez pudo costarle muy cara. 'El Diario de Mallorca' informaba de que la brava subteniente «perseguida por dos enemigos, recibió una cuchillada en una mano y una estocada en el morrión». Y menciona a una émula que se alistó para combatir a su lado, Francisca de la Puerta. Dos semanas después, el 1 de agosto, Toribio Bustamante cargaba de nuevo contra su sempiterno enemigo en el cacereño puerto de Miravete. Herido mortalmente de dos balazos, no emprendió solo su último viaje, lo hizo flanqueado por los dieciocho franceses caídos en la acción.
Catalina siguió combatiendo y, terminada la guerra, la hallamos en Zafra en 1815. Escribía desde allí al intendente general del Ejército en Extremadura para hacerle presente los considerables atrasos adeudados y «que se halla en el día bastante apurada de medios para poder alimentarse de su corto sueldo». Como tantos otros héroes patrios, esa era la recompensa que recibía por sus impagables servicios la legendaria y afamada guerrillera. Su efímera gloria se desvaneció con el transcurrir del tiempo y su rastro se difumina desde ese momento. Hoy, es una perfecta desconocida y apenas nada se conoce acerca de su novelesca vida y su destino posterior. Sirvan estas letras como exiguo desagravio a tan injusto como lamentable olvido.