Fernando Conde - AL PAIRO

El voto vacío

«Si se quiere lograr algo, hay que buscar y mimar ese voto. Pero no desde la Plaza de San Jaume ni desde un chalé en Galapagar, sino codeándose con el paisanaje»

Fernando Conde

En las últimas elecciones hubo doce provincias españolas en las que ni Ciudadanos ni Podemos obtuvieron representación. El deseo de los votantes y la ley electoral española, secundada por la siempre controvertida Ley D’Hont, lo impidieron. Pero el dato más llamativo es que de esas doce provincias la mitad eran castellano y leonesas (Ávila, Palencia, Salamanca, Segovia, Soria y Zamora), es decir, el núcleo duro de eso que Sergio del Molino ha bautizado exitosamente como «la España vacía» . Hay muchas razones que explican este hecho, unas comunes y otras particulares. Entre las comunes, esto es, las que comparten ambas formaciones para fracasar en esos feudos electorales, podríamos citar las siguientes: el arraigo histórico de voto de los dos partidos hegemónicos, el carácter refractario al cambio que caracteriza estos pagos y la desconfianza hacia la novedad en la que milita el castellano y leonés medio desde siempre, y por supuesto, la ruralidad -y sus consecuencias- de un territorio en el que tenemos los pueblos como los ricos el dinero, ¡por castigo!

Y entre las particulares, para el caso de Ciudadanos , enumeraríamos: su empeño por erradicar las diputaciones sin hacer didáctica ni proponer modelo alternativo claro y creíble, sus levas de aluvión ante las expectativas electorales sobrevenidas en los últimos comicios y su bisoñez creativa a la hora de entender una España que nada tiene que ver con Barcelona. Y para el de Podemos : sus postulados de izquierda rancia y trasnochada, la empuñadura de un discurso populista y simplón reducido a la dialéctica facilona de ricos y pobres y, sobre todo, la falta de disimulo a la hora de esconder el diente de lobo bajo la piel del cordero, en un territorio donde los lobos hacen cama habitualmente y son viejos conocidos.

Todo ello lo aprovechan y lo seguirán aprovechando PP y PSOE, conscientes, además, de que a pesar del poco rendimiento que han sabido y saben sacar a su posición, por ejemplo, los sorianos -cuyo voto vale cinco veces el de un madrileño-, esos escaños cosechados en la vieja Castilla (entre las doce provincias mentadas también están Ciudad Real, Cuenca y Guadalajara) son los que, al final, determinan las mayorías que gobiernan . Sin duda, el voto en las grandes ciudades da la masa, pero el triunfo lo otorga el voto peleado en estas plazas menores.

Por tanto, si se quiere lograr algo, hay que buscar y mimar ese voto. Pero no desde la Plaza de San Jaume ni desde un chalé en Galapagar, sino codeándose con el paisanaje, «in situ» y a pie de obra. Quien entienda esto habrá entendido también que, paradójicamente, es en esa España vacía donde existe la posibilidad de que ningún voto sea un voto vacío.

El voto vacío

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