Voluntarias por afinidad
La Fundación Futudis empareja a colaboradores con personas con discapacidad para que compartan ocio juntos: Conchita, Mari Jose, Karina y Ruth cuentan su experiencia con motivo del Día del Voluntariado
Los vínculos pueden ser más necesarios que el comer . Y si no, que se lo pregunten a las 520 personas que apoya la Fundación Futudis. Aunque son todas mayores de edad y pueden tener más o menos independencia, su discapacidad intelectual les limita a la hora de forjar redes emocionales sólidas. Tienen todas sus necesidades básicas cubiertas, pero les falta alguien de confianza, familia, amigos... Por eso, Futudis trabaja con ellos desde hace 31 años: uno de sus programas clave es el voluntariado ‘Uno a Uno’, en el que se busca que esas personas puedan encontrar a voluntarios que compartan sus «mismas inquietudes», explica la responsable del programa, Belén Casado. Hoy, con motivo del Día del Voluntario -y del Día de la Discapacidad, que fue el pasado viernes- algunas de sus historias permiten un vistazo.
Pero primero, contexto: en Futudis cuentan con 106 voluntarios a lo largo de Castilla y León. La mayoría son mujeres de entre 40 y 65 años que viven en Valladolid y Burgos. El criterio para proponer un ‘emparejamiento’ es la afinidad, y no siempre la edad. «Cuando llega una persona que quiere ser voluntaria hablamos mucho con ella de lo que quiere y lo que puede hacer, y buscamos una persona con la que pueda encajar en gustos para proponérselo», detalla Casado. «Lo fundamental para ser voluntario es querer serlo, pero les exigimos un poco de compromiso , un poco de sensibilidad y, sobre todo, que puedan dar parte de su tiempo durante al menos un año», señala.
En el caso de Conchita Álvarez Menéndez y de María Josefa Abril de Paz, la clave fue su pasión por los viajes. Unos papeles las ‘oficializaron’ como voluntaria y persona apoyada hará unos tres años, pero su buena relación habla por sí sola. A Conchita su alegría la desborda. Extrovertida, más «acelerada» se lanza a contar los cafés, las tardes, la vida que comparten. Con unos grupos de amigas, con otras. Tras quedarse viuda y con los hijos mayores, esta activa mujer buscó nuevas metas vitales, pero llegó un punto en el que asumió que el suyo tenía que ser un voluntariado «emocional», sin empujar sillas de ruedas o hacer grandes esfuerzos físicos. Y entonces encontró a una compañera perfecta.
«Me gusta mucho viajar, pero no ir sola, y por eso en Futudis me propusieron conocer a Conchita», rememora Mari Jose, que prefiere que la llamen así. Enseguida congeniaron y se marcharon unos días a Murcia. Pronto se hizo evidente que su modo de ser reflexivo era el contrapunto ideal para su impulsiva amiga. «Yo no tengo ni hermana ni abuela, así que ella es todo eso para mí», resume con afecto Mari Jose. Su voluntaria sólo tiene palabras de admiración para ella: «Me encanta lo prudente que es, esa forma de ser tímida, las poesías que escribe y me regala. Hacemos un tándem muy bueno», se enorgullece.
Belén Casado, también directora del área social de Futudis, realza el valor de lo que aportan estos voluntariados. Su compañía logra frutos inasibles desde una relación meramente laboral, pese a que los profesionales pongan en su trabajo toda la «calidez» posible. «Las características de una persona no impiden de por sí desarrollar amistades», valora, «pero a menudo, estas personas viven aisladas en pisos, o en centros en los que su vida es monótona o tiene horarios muy marcados, así que la visita o el interés de una persona les hace únicos», asegura Casado. «Cuando conectan es muy gratificante: gente que llevaba tiempo con nosotros empieza a compartir cosas que jamás había contado». Por eso reclutan a todos los voluntarios posibles y, ante la duda, animan a interesarse.
Gracias a que Mari Jose y Conchita también son vecinas, ni siquiera durante el confinamiento perdieron el contacto. Charlaban a través del patio y se ponían canciones la una a la otra, un cálido complemento a los ‘whatsapp’. Dicen que otro residente refunfuñaba un poco. Pero después de todo, también se quejó cuando dejaron de hacerlo (ya salían a la calle). «Nuestra sociedad necesita más ternura, y también nuestro portal», opina Conchita con desenfado.
«Algunos vecinos me tratan con cariño, otros me miran como si fuera un poco rara» , admite Mari Jose. Su discapacidad se nota ligeramente al hablar, pero hace años -desde que murió su madre- que esta mujer de 61 años vive de manera autónoma en su propio piso, con la ayuda puntual de la Fundación Personas en gestiones, papeleo o citas médicas. Lo que le une a Conchita no es una relación de necesidad, sino un vínculo que ambas riegan con cariño. Aunque «la peste» retrasara su viaje a León, que será su próximo destino.
Paseos junto al río, charla y bocadillos
Mientras tanto, Ruth San José Gallego es una joven de 24 años que comparte sus paseos con Mario, un hombre que raya en la cincuentena y va en silla de ruedas. Ella es la que le empuja su silla durante largas caminatas junto al río, subiéndose de cuándo en cuándo, toda una versión propia de la película francesa de ‘Intocable’. «Está todo el día parlando. Siempre me pide un bocadillo o que vayamos a tomar algo», ríe Ruth, que estudió Educación Especial.
Su vinculación con el voluntariado le llegó por vena familiar, ya que su tía y su abuela iban todos los viernes al CAMP (Centro de Atención a Personas con Discapacidad Psíquica) Pajarillos. Para la Ruth niña, ese grupito de apoyados siempre estuvo asociado a la merienda y los planes familiares de los viernes. «A Mario le conocí en un festival de Navidad y me encantó, ¡era tan simpático!», rememora. «Creo que lo que yo le aporto es vida y risa, se lo ves en su forma de ser».
A pesar del salto generacional, Ruth le incluye en algunos planes con sus amigas o le lleva a tomar algo con su novio. «Mis amigas están más metidas en el mundo del trabajo social y la enfermería, así que no hubo problema. Él siempre me pregunta ‘cuándo vienen las chicas’ y le encanta el jolgorio cuando otros le ven ‘tan bien acompañado’», comenta, divertida. «A mi novio, al principio, sí que le daba cierto respeto cómo manejar el tema de la discapacidad», admite. Sin embargo, después de la primera toma de contacto le reconoció que se lo había pasado bien y que había estado cómodo. Gracias a Ruth, un Mario dependiente recuperó trocitos de vida. Como una relación más fluida con su hermana, que vive en Alemania. Con la compañía de su voluntaria, que rápidamente la localizó en redes sociales, se anima a mandarle audios. Y cuando la hermana vuelve al país, cae algún plan los tres juntos.
La cuidadora y el «pack indivisible»
Karina Arenas González trabajó hasta 2011 en Fundación Personas. En uno de sus centros conoció hace más de una década a Nino y a Virgilio, al que llama Virgi. Aunque entonces asumía el rol de su cuidadora de referencia, cuando finalizó contrato se habían cogido cariño, así que empezó a visitarles por gusto en ratos libres. Ahora, tanto sus hijas como su expareja o su perrita les han incluido en sus planes semanales y ellos, que superan los 60 años, han ‘adoptado’ el papel de abuelitos. «Las nenas me ayudan, porque están torpones y, si no, vamos los tres del brazo» , soluciona Karina. «Son muy parte de la familia», asegura.
«Me ofreció formalizar la relación Jorge, de Futudis, pero cuando me preguntó si quería firmar el compromiso con uno o con el otro, le dije que no les podía separar. Son un pack indivisible» . La mujer también expone que la relación ha cambiado mucho y se ha equilibrado con el tiempo, ya que el carácter de Virgi, más «celoso» -y lastrado por un problema psiquiátrico-, ha necesitado reconducción ante el temperamento en cambio «retraído» de Nino.
A día de hoy, son muy «cariñosos y espontáneos», asegura Karina. Ambos han pasado el Covid, aunque Virgi tiene más secuelas y ambos necesitan bastante ayuda. Cuando juegan a las cartas no es extraño que se inventen las reglas y clamen que han ganado, para carcajada general. «Me hace muy feliz que me hayan aceptado», cuenta la sonriente voluntaria, que hila detalles de las salidas y los días compartidos. «Admiro lo genuinos que son, lo incondicionales, lo agradecidos», recuenta. Les encanta ir al bar, la copla, las canciones de Nino Bravo «y también rutinas como preparar el postre con nosotros», ejemplifica. Los paseos en coche o que les lleve «a su pueblo» (Laguna de Duero) son otras pequeñas tradiciones para ellos.
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