Una vida en las alturas: la casa del campanero en la catedral de Segovia

«Ahora parece una vida muy dura pero comparada con la de sus contemporáneos, en la sociedad agrícola del siglo XVI, tenía muchas ventajas»

Una vida en las alturas: la casa del campanero en la catedral de Segovia EP

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La que fuese la casa del campanero de la catedral de Segovia se erige a 42 metros de altura sobre la ciudad . Situada a medio camino de la torre, a 60 escalones del campanario y 70 del suelo, este habitáculo de cuatro estancias daba cobijo a la familia del responsable de tañir este instrumento, que en el siglo XVI funcionaba a modo de boletín de noticias para advertir del descanso de los jornaleros, eucaristías, nacimientos, muertes e incluso de desastres naturales.

«El campanario es el verdadero mirador de la ciudad de Segovia» , ha afirmado, en declaraciones a Europa Press, Sonia Fernández, guía turística de la seo desde hace cuatro años, quien destaca la «vista espectacular de la ciudad y de la Sierra de Guadarrama» de la que gozaban el campanero y su familia.

Pero, más allá de esa ventana privilegiada, Fernández advierte de que la casa del campanero «no era una prebenda ni un regalo», sino que estaban obligados a vivir en ella los 365 días del año: «Hay que entender que en el siglo XVI las campanas eran medios de comunicación, y con una variedad de toques y sonidos transmitían diferentes tipos de mensajes».

Esa labor, agrega, va en línea con papel de la iglesia en el momento, pues ostentaba un poder «importantísimo», al tiempo que la religión «formaba parte de la vida de las personas» .

«Ahora mismo, tenemos un reloj que hasta nos cuenta los pasos pero entonces, las campanas marcaban la parada para comer de los labriegos, los rezos o los tiempos litúrgicos: con más alegría en Navidad o toques más sobrios en cuaresma», explica la guía la catedral.

De igual modo, lo toques de las campanas también podían ir unidos a avisos nacimientos, muertes o catástrofes, lo que hacía necesario que el campanero dedicase las 24 horas a su trabajo. Así, «si había un incendio o una inundación el campanero podía, desde su lugar privilegiado, avisar a mucha gente de una manera rápida».

Todo ello, según ha apuntado Fernández, hacía necesario que una persona viviese en el propio campanario a lo largo de todo el año y, de hecho, si perdían un toque se les restaba de la nómina. Por eso, toda la familia estaba involucrada en el cuidado del campanario, un trabajo «mucho más complejo que el mero toque de campanas» , ya que también exigía labores de mantenimiento.

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