Artes&Letras

Victorio Macho: del Retiro al «divino coloso» del Otero

Cristo del Otero, en Palencia

C. MONJE

En 1918 un grupo de artistas y escritores organizan una suscripción pública para levantar un monumento a Benito Pérez Galdós y se le encarga a Victorio Macho. La imagen del escritor que se instalaría en el Retiro madrileño confirma al palentino como uno de los precursores de la escultura monumental en España.

Tras el éxito de esa obra, en 1922 recibe el encargo de realizar el homenaje a Ramón y Cajal, también para el parque madrileño. Con él, «Macho supera el simple esquema escultórico para realizar un verdadero conjunto arquitectónico integrado en las corrientes más modernas del momento», señalaba el historiador del arte Álvaro Martínez Novillo en las páginas de este periódico, en la conmemoración del centenario del palentino.

Pronto la obra de Victorio Macho traspasaría las fronteras nacionales. A partir de 1924, cuando desde Puerto Rico se le pide un monumento al intelectual Eugenio María de Hostos, se iniciaría su relación creativa con Hispanoamérica. Allí encontraría refugio tras la guerra civil española, en el exilio al que le obligarían sus ideas progresistas y republicanas

Pero el encargo que supuso uno de los grandes retos en la carrera de Victorio Macho llegaría desde más cerca. Fue en 1927, cuando por iniciativa del obispo de Palencia, el vallisoletano Agustín Parrado García, se gestó el proyecto del Cristo del Otero. Sus grandes dimensiones, 21 metros de altura, obligaron a cambiar varios detalles de lo proyectado, por razones de perspectiva y para evitar un exceso de peso: la cabeza, los brazos y los pies iban a ser, inicialmente, de bronce.

Victorio Macho defendió su idea sobre el que se convertiría en el hito de su escultura monumental y arquitectónica. Ante las autoridades eclesiásticas, pronunció un discurso reproducido en la revista Blanco y Negro (29 de junio de 1930). En el primer párrafo dejaba claro que su Cristo, al que se refería como «Divino Coloso» iba a cambiar para siempre el paisaje de Palencia por sus «dimensiones gigantescas». La verticalidad proyectada sobre la atalaya del otero, iba a constituir un choque en la «horizontalidad geográfica». La obra pedía, según el escultor, «ser algo que quede definido secamente por medio de aristas y por medio de planos verticales». «Solo así nos sería posible, en cierto modo, retar a ese paisaje imponente por su grandiosidad», reflexionaba el autor.

«Finalmente busqué un hieratismo en los brazos que diera alma a la figura al propio tiempo que mantenía la elocuencia de las líneas generales, y entonces, sólo entonces, di -en mi concepto- con algo sereno y bello; sólo entonces logré encontrarme con esa conmovedora expresión que antecede al bendecir, expresión penetrada de divinidad, dulcemente meditativa de Jesús en el momento anterior -precisamente- de conceder la absolución a la ciudad amada», explicó Victorio Macho.

El Cristo del Otero se culminó en 1931, después de una ejecución complicada, como recordaría su autor: «Me costó un año de trabajo agotador, con calores tórridos y fríos siberianos y vientos fuertes que se acusaban especialmente en invierno, de tal forma que a los operarios hube de proporcionarles cascos de aviador. El cemento solo se podía echar a media mañana».

Por expreso deseo de Victorio Macho, fue enterrado en la ermita del Cristo del Otero, a los pies de la gran escultura que legó a su tierra natal. La obra conservada en su estudio la donó al Estado para ser custodiada en su casa museo de Toledo, lo que no impidió intentos de las autoridades palentinas por hacerse con parte del legado del artista, incluido casi un secuestro de las piezas cedidas para una exposición realizada en 1983. No fueron devueltas hasta 1985, tras la mediación del Ministerio de Cultura.

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