Ignacio Miranda - Por mi vereda

Vestigios chabolistas

En Castilla y León todavía viven en chabolas unas sesenta familias, la mayoría de etnia gitana

Chabolas en el barriio vallisoletano de Delicias ICAL

Ignacio Miranda

Ilusamente, uno pensaba que el chabolismo era un vestigio franquista ampliamente superado por la democracia que consagra las letanías del estado del bienestar y jaculatorias similares. Pero no. Un submundo sórdido entre chapas, tableros y ratas como el recogido por Luis Martín Santos en su memorable novela «Tiempo de silencio», como el de los mercheros de El Lute o los arrabales de Madrid, léase el Pozo del Tío Raimundo, por donde evangelizaba el padre Llanos con permiso apostólico del PCE en aquella época del trasvase masivo campo-ciudad, muy anterior por cierto al Tajo-Segura.

En Castilla y León todavía viven en chabolas unas sesenta familias, la mayoría de etnia gitana, que al constituir normalmente unidades amplias suponen una cifra de personas difícil de cuantificar, aunque con una ocupación más elevada que la media por hogar. Un programa específico de la Administración autonómica pretende erradicar los últimos reductos de este tipo de infraviviendas en 2020, tras haber disminuido a la mitad durante la última década.

La actuación incluirá medidas de intervención social y acompañamiento para prevenir la marginalidad, ya que algunos de sus moradores son poco receptivos al cambio y no terminan de verse cómodos en un piso del parque de alquiler. Parece mentira pero a veces ocurre. Además, desde el Secretariado Gitano ya se apunta la necesidad de hacer algo para evitar el «chabolismo en altura», el de inmuebles en barrios problemáticos donde reside el 8 por ciento de las 25.000 personas que conforman el censo romaní de la Comunidad, con el consabido riesgo de exclusión.

Le está cogiendo gusto el Partido Popular al paisanaje caló. Ahí tenemos la reciente turné de su candidata a la Alcaldía de Valladolid, Pilar del Olmo, por la conflictiva zona de las Viudas acompañada de patriarcas gitanos. Un trasfondo profundamente lorquiano donde la todavía consejera, que también se reúne con toreros, compendia un perfil entre Bernarda Alba y Soledad Montoya.

Ya solo faltan encuentros sectoriales con religiosas de vida contemplativa y soldados de tropa profesional, descontentos con sus sueldos, para cerrar la cuadratura del círculo del voto potencialmente perdido.

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