Salud&Sociedad
Los versos labrados de Fermín Herrero
«Nos sacude hablando de las cosas menudas y pasajeras, de asuntos de poca importancia, que diría León Felipe
Cuando el poeta Fermín Herrero, ya licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Zaragoza, vivía en el desconcierto propio de tantos recién licenciados, preguntándose: ¿y ahora qué?, ¿a qué me dedico?; pensaba que acaso unas oposiciones a profesor de instituto podrían ser su salida profesional; en esa época, con unos padres zurrados por los años y los fríos, se ocupaba de la labranza familiar como hacen tantos mozos sorianos, es decir, que subido al tractor se daba grandes huebras para echar una mano en la economía familiar.
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Y en esas estaba, alzando las parcelas de Ausejo de la Sierra en un otoño propicio, cuando un anochecer, al llegar a la casa del pueblo, tras tres o cuatro días de aislamiento total, llamó a sus padres que vivían en Soria para preguntarles cómo iba todo. Sin novedad, le dijo su madre. Y tú ¿qué? Sin novedad también, surco arriba y surco abajo. Oye, dijo de pronto su madre, ahora que lo dices, que sí, que te llamó un señor hace dos o tres días para decirte, a ver si me acuerdo, que te habían dado el premio don Hilarión. ¿Y eso qué es? Tú sabrás. Don Hilarión, don Hilarión, pensó Fermín. La cabeza de mi madre anda a pájaros. ¿Qué puede ser? Alguna broma zarzuelera. Pero luego, frente al plato de huevos fritos, pensó: mi madre desbarra, sí, pero a ver si es verdad, a ver si han llamado para decir que me han dado el premio Hiperión de poesía. Y ya, comido por los nervios, dejó los huevos en el plato y salió de nuevo a la cabina para llamar a la editorial Hiperión. Por suerte Jesús Munárriz descolgó el teléfono y lo primero que hizo fue abroncarle: ¿pero dónde te metes, Fermín? Llevo tres días tratando de dar contigo para decirte que has ganado el premio Hiperión. Echarse al monte era el libro ganador. Tierras altas y Tempero son títulos de otros libros del poeta que luego sacó las oposiciones y acabó dando clases en un instituto.
Pero Fermín Herrero no ha dejado de pasear por el monte, de fatigar caminos y sendas, de contemplar atardeceres con asombro y agradecimiento por todo lo que le ofrece la tierra. Desde hace algunos años desde la ribera del Pisuerga, aunque sus vivencias de niño le trasladen una y otra vez a su pueblo serrano, un pueblo minúsculo, en el que ya solo viven dos familias durante el invierno, es decir, un pueblo a punto de cerrar, pero que a Fermín le ha dado todo porque le dio la mirada sobre un mundo que se desploma, un mundo campesino que hunde sus raíces en la cultura grecolatina y del que Fermín fue uno de los últimos en recibir el testigo antes de que llegaran los grandes cambios. Además, su madre era tabernera y la taberna es un ágora, un mentidero y casi, casi, una universidad de la vida. Por supuesto que no habría que echar en olvido su sensibilidad y los años de aprendizaje en Zaragoza, al lado de grandes maestros que le abrieron la mirada a un mundo que no se circunscribiera a Bécquer o Machado. En definitiva, Fermín Herrero es un muchacho que mira con asombro el mundo desde un pedestal privilegiado.
No le pillaremos en renuncios como a Villaespesa cuando, paseando por El Retiro, le preguntó a Unamuno por el nombre de aquella planta tan rara que crecía en el estanque. Estos son los nenúfares de los que usted tanto habla en sus poemas. Fermín sabe de lo que habla cuando habla de ababoles.
Pero la clave de su poesía no creo que esté tan solo en ese mundo campesino que evoca y recrea, sino en la manera de abordar sus poemas. Y ahí veo la sombra lejana de Fray Luis, pero también a Claudio Rodríguez, siempre la claridad viene del cielo, y una manera de componer los versos, es decir, la sintaxis, que tiene cierta concomitancia con T. S. Eliot, que a su vez tiene mucho que ver con Gil de Biedma.
En fin, en fin, Fermín Herrero es un poeta conmovedor, un poeta que nos estremece, que nos sacude una y otra vez hablando siempre de cosas menudas y pasajeras, de asuntos de poca importancia que diría León Felipe. Por eso los premios de poesía han salpicado su carrera. Los ha tenido todos. O casi todos. Algo que me desespera. Se presenta para que le publiquen. Es verdad que gracias a eso podemos conseguir sus libros en ediciones de cierto postín que llegan con timidez a muchas librerías. Y por eso, además del Premio de la Letras de Castilla y León por la totalidad de su obra, obtenido en 2015, con muy pocos años para lo que suele ser habitual, le acaban de dar hace unas semanas el Premio Nacional de la Crítica por Sin ir más lejos, publicado en Hiperión y por el que ya había obtenido el XXXII premio Jaén de Poesía. Premio sobre premio. Me parece un poco obsceno invocar los premios en esta feria de vanidades cuando estamos hablando de un poeta tan puro, tan auténtico, tan cardinal. Pero algo tendrá el agua cuando es bendecida con tanta reiteración.