Un verso suelto

Los hombres de partido, con su conciencia de uniforme y sus votos predecibles, resultan un tostón. Son asunto para artículos costumbristas, para hagiógrafos de la monotonía, para taquígrafas de oposición. Para ser hombre de partido, que no de Estado, hay que tener vocación de mansedumbre porque de los mansos será el seno del partido. Al PP de Rajoy -todavía- le habrían venido bien un par de versos sueltos que le hubieran dado vida al partido, que lo hubieran alejado de la monotonía contraliteraria del marianismo duro, pero el único verso que tiene suelto es José María Aznar y ya no se sabe siquiera si sigue siendo Aznar o su guiñol. O si acaso sigue siendo del PP.

Castilla y León es una extensión del marianismo, que más que un político es una escuela filosófica que defiende que todo es permanencia. Incluso ido Mariano Rajoy y a pesar de Heráclito. Castilla y León es ese paisaje donde nunca ocurre nada, donde los plenos en las Cortes son predecibles y los ríos van a dar a la mar, «que es el morir».

Pero a veces aparece un verso suelto que la lía en una votación a conciencia, que se escapa de la disciplina del partido, y nos salva de la rutina periodística. Como Silvia Clemente, votando a favor leyes de las que su partido sólo iba a abstenerse. Clemente lleva yendo a lo suyo un tiempo largo, así que esto tampoco debería ser novedad. Pero, en parte, gracias a eso existe Tierra de Sabor, o las Cortes de Castilla y León. Con las Cortes, antes de esta presidenta, ocurría como con las políticas contra la despoblación, todo el mundo suponía que existían, pero nadie sabía exactamente donde estaban.

En la política, como en la vida, un verso suelto al final encumbra o manda al carajo un poema. Sino que se lo digan a Quevedo o a Lope. «….quien lo probó lo sabe».