Valladolid despide a un gran intérprete y «muy querido» maestro de actores
El Teatro Zorrilla acoge la capilla ardiente de Juan Antonio Quintana, fallecido a los 83 años

«No os dejéis engañar que la vida es poco. Bebedla a grandes tiempos porque no os bastará cuando hayáis de perderla». Juan Antonio Quintana (Zaragoza, 1939) eligió esta frase de Bertold Brecht, para ilustrar la placa que el Teatro Calderón de Valladolid le dedicó en 2000 por sus más de tres décadas de trabajo sobre los escenarios. Confesó entonces que intentaba que fuese su filosofía de vida. Entusiasta, vitalista y amante de la escena, tal y como trataba de transmitir siempre que tenía ocasión, no se apeó de ella hasta que en 2016 la traicionera enfermedad de párkinson le obligó a hacerlo. Ayer se fue para siempre. Moría a los 83 años de edad por causas naturales y lo hacía en su querida ciudad, Valladolid, porque aunque no era vallisoletano de nacimiento sí de adopción y presumía de ello. Quería a su ciudad y allá por donde fuese presumía de ella: «Trabajar en Madrid es ser un poco embajador de la tierra sin perder las raíces», señalaba en una entrevista en este diario hace más de dos décadas.
Fue a orillas del Pisuerga donde desarrolló su trayectoria profesional desde 1968, donde conoció a su esposa, la pintora y escenógrafa Mery Maroto, y donde tuvo a su hija Lucía Quintana. Aunque en más de una ocasión confesó que su «verdadera pasión» era subirse a los escenarios como intérprete, dirigió, produjo y se vinculó desde muy pronto a la enseñanza de la profesión. Ya afincado en la capital vallisoletana, en 1969 tomó las riendas del Corral de Comedias, donde potenció actividades como cursos de interpretación y montajes infantiles. Años más tarde crearía el Aula de Teatro de la Universidad de Valladolid, un lugar de estudio y ensayo muy vinculado al Teatro Estable, que más tarde pasaría a llamarse Compañía Juan Antonio Quintana, con la que realizó más de 40 montajes.
Por su escuela pasaron hoy consolidados actores como Diego Martín, Eva Hache, Carlos Domingo, su propia hija Lucía Quintana , e incluso el alcalde Óscar Puente, quien debutó en escena en uno de los montajes más representados y queridos por el actor, ‘El avaro’ de Moliére. Ayer era precisamente era el primer edil quien le dedicó algunas de las palabras más emotivas en Twitter : «Se va uno de los más grandes que ha subido a las tablas» plasmaba de quien calificaba como un «auténtico maestro».
En el teatro trabajó a las órdenes de los más grandes -Josep María Pou, Fernando Fernán Gómez o Eduardo Vasco-, y en el cine lo hizo bajo la dirección de Santiago Lorenzo (’Un buen día lo tiene cualquiera’), José Luis Cuerda (’Los girasoles ciegos’) y Juan Cavestany (’Gente en sitios’), pero la popularidad le llegó con un televisivo personaje, el de Don Nicolás de ‘Ana y los siete’, serie a la que estuvo vinculada desde 2002 hasta 2005. Un año después, ejercía de pregonero de las Ferias y Fiestas de Valladolid, una cita donde pudo comprobar que el cariño que él tenía a su ciudad le era correspondido. No fue la única ocasión. Los homenajes se han sucedido desde entonces, entre ellos el que le brindó el Teatro Zorrilla tras su reapertura. Será en esta escena donde hoy se instale su capilla ardiente y donde de nuevo los vallisoletanos le mostrarán su respeto y admiración.