Ungidos

Las personas más insoportables son los hombres que se creen geniales y las mujeres que se creen irresistibles. El aserto se atribuye a un tal Henry Asselin, y a un servidor, sin saber por qué, se le hace carne cada vez que ve a Pablo Iglesias desplegando, cual pajarito bolivariano y maduro, todo su plumaje. Es evidente que este chiquito se cree ungido por alguna divinidad laica y que está encantado de haberse conocido, además de convencido de que la suya es una misión salvadora y mesiánica en esta España que, por otra parte, respeta tan poco. Sin ir más lejos, ahí están las palabras que le dedicó a Sánchez el viernes, en su presentación oficial como vicepresidente del gobierno. «Que Pedro Sánchez sea presidente es una sonrisa del destino que me tendrá que agradecer», le dijo como si su soñada vicepresidencia fuera no ya una sonrisa del destino, sino toda una carcajada de la diosa (in)Fortuna.

Tampoco sé por qué, cuando imagino un gobierno de Pedro y Pablo, se me vienen al magín los Picapiedra. Lo de este chaval es pura pose y facha. Y la mejor prueba la tiene el lector en sus propias palabras, cuando surgen espontáneas. Si recuerdan, en el famoso cara a cara que moderara Jordi Évole entre Iglesias y Rivera, hubo un momento que debió servirnos a todos los españoles para desenmascarar la impostura de este falso defensor de los pobres y oprimidos. Cuando Évole les preguntó a ambos si sabían cuánto dinero tenían en la cuenta corriente en ese momento, el vallecano Iglesias respondió con un esclarecedor: «No lo sé; no suelo mirarlo». Pues ¡qué suerte!, porque el 90% de los españoles, el día 20 de cada mes -o antes- ya estamos mirándola día y noche, a ver si ese mes llegamos a término. Pablo, tú sí que eres de la casta de los ungidos.