Sociedad

Los últimos de la provincia de Valladolid

En otoño se caen los habitantes estacionales de los pueblos. Dicen que la gente va y vuelve, que quedarse ya es otra historia

Castillo de San Pedro de Latarce FOTOS: F. HERAS

GUILLERMO GARABITO

Dar con él no es complicado. Lleva en el mismo sitio apenas nueve siglos. Hacerle hablar ya es otra cuestión. Está cansado, dice que le pesan las tormentas sobre sus almenas y que ya ha visto tanto que los flujos de población en el medio rural ahora son de una manera y mañana serán de otra; el problema son las profesiones y los papeles que se pierden con los años. El castillo de San Pedro de Latarce , decano de los castillos de la provincia, se yergue patriarcal como un abuelo con las sienes en ruinas.

Valladolid tiene un sol viejo y duro que se aviva sobre sus pueblos y sus gentes. «Un brasero que asciende y gira, redondo, con sus brasas» -como escribiera Corral Castanedo-. Y tiene también soles pequeños de invierno frío que son los habitantes de los pueblos de la provincia.

Por la cuesta de Coruñeses, donde mueren los Montes Torozos, nace la carretera de Tierra de Campos. Queda atrás Medina de Rioseco. En Villalón de Campos , donde hoy hay mil ochocientos habitantes, la sombra y las horas en la Plaza Mayor las sigue dando su iglesia, que atiende el padre don Diodoro , sacerdote «en ejercicio», el más veterano de la provincia.

El padre Don Diodoro, sacerdote en Villalón de Campos

«Llevo setenta y cuatro años en Tierra de Campos. Me ordené hace cincuenta y uno y nunca me he movido de esta zona. Nací en Montealegre y llevo en Villalón más de cuarenta años. Somos tres el grupo de curas, el cuarto se jubiló el año pasado. Y aunque lo lógico, al jubilarse mi compañero, es que hubiesen enviado a alguien, en Valladolid hay escasez; como en muchos otros sitios. Tal escasez que el año pasado no terminó nadie el Seminario. No salieron curas. No seré el último de la zona, pero está complicado».

«El año pasado no salieron curas. No seré el último de la zona, pero está complicado», asegura el sacerdote de Villalón de Campos

Los domingos celebra diez misas. Lleva ocho municipios y una localidad «casi fantasma». Explica que la pérdida de población en las últimas décadas se nota. «Sobre todo en los pueblos pequeños».

Suena el móvil. Le llama un feligrés para preguntarle qué pasa con unas goteras que hay en la iglesia. «Los curas en los pueblos estamos todo el día de obras. Decía con gracia un amigo sacerdote que llevaba veintitantos pueblos pequeñitos: ¡Si a mí lo que más me preocupa no es la gente… son los tejados de las iglesias! Eso es lo que más quebraderos de cabeza me da. La gente es agradecida, pero los tejados lo son muy poco». Los pueblos, como las casas, se hunden por el tejado.

Al preguntarle sobre qué podría suponer un proyecto estable de futuro para los pueblos replica que él sólo ve el turismo patrimonial. La iglesia de « San Juan, que es BIC (Bien de Interés Cultural), se encuentra en muy mal estado . Cosa de la estructura. Espero que para el próximo año se arregle entre el Arzobispado, la parroquia y un poquito del Ayuntamiento. Por lo menos para que no se venga abajo», termina mientras sopesa lo complejo del asunto.

Recuerda que una vez, estando él recién ordenado tuvieron que ir a ver al vicario general del Arzobispado para pedirle ayuda porque las iglesias que tenían en Montealegre se les hundían. «¿Cuántos habitantes tiene el pueblo?», resolvió el Vicario. «Con tan pocos habitantes tienen que elegir ustedes una de las dos».

Dios no quiera que nos toque andar eligiendo pueblos.

En Tordesillas vive Jesús López Garañeda, profesor de Lengua y Literatura de profesión . Tiene sesenta años y los últimos veinte los ha compaginado con la tarea de juez de paz. Hoy, y según parece por las últimas reformas legislativas, un papel llamado a desaparecer. Ser juez de paz es «un servicio ciudadano muy pequeño, pero imprescindible para mantener la vida fluida en los pueblos. Un catalizador para la convivencia», asegura.

Jesús López Garrañeda compagina la docencia con su tarea de juez de paz

Explica que su labor son asuntos «menores». «Matrimonios, inscripciones de defunción, procesos por injurias, vandalismo», entre otras competencias. Pero sobre todo y por lo que más satisfacción dice tener, son «los actos de conciliación. Porque si puedes evitar que tus vecinos lleguen a litigar en un juzgado de lo civil o penal, siempre es reconfortante». López Garañeda cree que la desaparición de los jueces de paz sería contraproducente en todos los sentidos. Tira del refranero popular cuando recita aquello de «el trabajo de un niño es poco, pero quien lo desprecia es un loco» y asegura que aparte de conocer a los vecinos, él, como tantos jueces de paz, ahorra cerca de mil asuntos al año al juzgado de primera instancia. Y así la mayoría de estos jueces.

Jesús López Garañena: «Si puedes ecitar que tus vecinos lleguen a litigar en un juzgado de lo civil o lo penal, siempre es reconfortante»

Afirma que después de veinte años siendo elegido por mayoría absoluta con el voto de todos los concejales de ambos partidos en el ayuntamiento, dejará su labor al fin de esta legislatura. «Seguro habrá otro dispuesto a relevarme si no desaparece la figura del juez de paz antes. De momento, la única notificación es que sigamos haciendo las cosas como hasta ahora y que cuando se nos notifique cerremos la puerta y apaguemos la luz, hablando deprisa, claro».

Optimismo y realidad

Cuenca de Campos presume de uno de los cuatro alcaldes que más años llevan en el cargo en la provincia de Valladolid. A la entrada del pueblo hay una ruina de palomar pequeña y desdibujada que contrasta con una casa donde trabajan los operarios en su restauración. Faustino González lleva treinta y seis años en el cargo .

¿Cómo es regir un pueblo? «Llevo siendo alcalde muchos años. Es una tarea compleja, un poco quijotesca incluso, prestando ayuda a cambio de nada; incluso de ingratitudes. Pero es apasionante. Habrá como unos doscientos habitantes censados. El problema es que muchos vienen, trabajan las tierras de ese día o de esa semana y se vuelven a dormir a la ciudad».

«Llevo siendo alcalde muchos años. Es una tarea compleja, un poco quijotesca incluso. Pero es apasionante», apunta el primer edil de Cuenca de Campos

Cuando se le pregunta acerca del futuro responde: «No soy pesimista, en realidad soy muy optimista pero también soy realista. Estacionalmente en estos pueblos no vamos a tener problemas, pero para estar de forma permanente es lo que veo más complicado. La comarca tiene un gran patrimonio entre iglesias, conventos y casonas pero ¿es suficiente para que la gente llegue? Por ejemplo, nuestra iglesia tiene un buen artesonado y guarda imágenes atribuidas a Alejo de Vahía . Viene alguien, pero un porcentaje muy escaso de gente. La cuestión esencial es el invierno».

-Y cuando usted deje el cargo, ¿habrá relevo?

-¡Claro que habrá relevo! Seguro.

Más allá de Villada, triangulando con Villalón y Cuenca de Campos, se erige, casi olvidado y desierto, Zorita de la Loma. Quedan nada más que tres habitantes. Hermanos; los tres solteros. Los últimos de Zorita. Al entrar en el pueblo únicamente quedan tapiales deshechos y casas cerradas que guían el camino hasta lo que algún día fuera la Plaza Mayor. Allí hay una señora que pasea con el paso de quien no tiene demasiada prisa.

«¿Y qué le vamos a hacer si somos los que quedamos?», espeta Pilar con la naturalidad de quien explica lo obvio cuando se le pregunta qué solución le queda al pueblo. «Yo ya no lo veré, pero algún día seguro que los pueblos volverán a tener quien los habite. Y más que antes incluso.» Se despide mientras repite que no quiere que salga su foto en el periódico.

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