Sociedad

Trashumancia: un camino natural de historias

Diego, un ganadero abulense de 36 años, mantiene la tradición y recorre cada año casi 300 kilómetros hasta Mérida con sus reses

Diego, con parte de su familia y compañeros de viaje en en el cortijo

I. JIMENO

El día empieza a clarear. Amanece y es momento de levantarse, que no despertarse, porque lo cierto es que duermen en alerta, con un ojo abierto y otro cerrado. La jornada «nunca termina». Deben estar pendientes de que el ganado no se escape ni sufra ataques. Cada día en un sitio diferente, a campo abierto. Diego Torres y su familia son ganaderos trashumantes, de los que siguen utilizando cañadas, cordeles y veredas a la antigua usanza y hacen el camino andando. Desayunar, preparar los caballos y la montura, y vuelta al cordel.

Con casi 300 kilómetros a sus espaldas y las pezuñas a lomos de Pirata, Alazán, Fiona y Graciosa, sus cuatro caballos y yeguas, por fin, ven la meta, mañana o pasado está previsto que lleguen. Es Mérida. Casi se otea en el horizonte, con su temperatura más cálida para pasar los rigores del invierno que en la abulense sierra de Gredos se hace difícil. «¡Y eso que ya no son tan duros como los de antes! Aunque allí pueden comer hierba y pastos y aquí hay que alimentarlas», reconoce Jero, otro ganadero abulense ya jubilado que habla con pasión sobre este uso, que también heredó y no se ha cansado de hacer. «Es un gusanillo que te pica», dice con emoción. «El que lo lleva en la sangre -añade- disfruta con ello. ¡Se disfruta mucho!».

Un año más, Diego y los suyos vuelven a completar el camino. Junto a ellos, y como protagonistas de esta expedición, las 300 vacas que conducen hasta tierras extremeñas en busca de mayor abundancia de pastos. Ellos son de los pocos que todavía «circulan» a pie por vías pecuarias, como antes lo hicieron sus padres, sus abuelos... Llevan la trashumancia en la sangre de una familia dedicada a la ganadería que tiene en este tradicional método de mover el ganado una forma de respeto a los animales, su modo de vida y subsistencia.

«En los camiones, el ganado sufre mucho»

En tiempos en los que los vehículos a motor, y antes el ferrocarril, suponen un avance para los movimientos, hacer el camino a pie aporta «mucha ventajas», advierte Diego, quien habla con pasión de la trashumancia. La económica es la «más grande», reconoce este joven. Mover a un rebaño como el suyo, con más de 300 reses, surcar vías pecuarias, atravesar puentes, vadear ríos, subir y bajar puertos e incluso pisar el asfalto de ciudades, con las «complicaciones» que eso supone en pleno siglo XXI, «es mucho más barato» que portear el ganado en camiones. Requeriría al menos ocho viajes.

Pero no es únicamente una cuestión monetaria. También tiene «muchas más ventajas» para el ganado, recalca Diego, ya que «no» se somete a las reses al estrés de subir, hacer el viaje por carretera, fuera de su hábitat natural, entre vehículos, ruidos y humos y bajar. «En los camiones, el ganado sufre mucho», coincide Jero.

Avanzan a razón de unos 20 kilómetros al día -o la mitad si la jornada se complica o los abrevaderos u otras cuestiones logísticas imperan- para llegar cada año desde Villatoro a Trujillo (Cáceres). Y vuelta de cara al verano, con días a la intemperie de sol, lluvia, nieve, calor, frío, temperaturas gélidas y sofocantes... «Un año llegamos a hacer 25 kilómetros sin parar de nevar» cruzando el puerto cacereño de Tornavacas, recuerda Jero. Pero, apostilla sin dudarlo, «gustando no pasa nada». Este año, Diego y sus compañeros de viaje caminan «muy despacito», ya que hay «poca comida» en el campo y tienen que llevar forraje para las vacas.

Ropa seca y móvil

Es hora de comer también para los pastores. ¿La hora? «A las doce, la una, las dos, las tres... Cuando puedes», explica Diego. La evolución de los tiempos también ayuda en este sentido. Antes, rememora Jero, la carga que daba para llevar en los burros y caballos que acompañaban y ayudaban en el trayecto era la única posible de portetar «y se tapaba -señala- con pieles, porque no había plástico». Ahora, la posibilidad de llevar un coche y hasta una caravana de apoyo permite cargar más víveres y «poder ponerte ropa seca». «Había que hacerlo con una yegua, un serón, un queso y un jamón» y sin atuendo de cambio, apunta Diego, mirando a su padre, de 65 años y quien acumula muchos años de experiencia en el camino entre la sierra de Gredos y Mérida.

«¡Y el móvil!». La posibilidad de llamar en el momento en caso de emergencia es todo un avance que aporta mayor seguridad en un itinerario en el que se pasan muchos días fuera de casa. «Si pasaba algo, tenía que ir uno con el caballo a avisar», recuerda. También, al otro lado de la línea, su mujer, Marta, y Marina, su hija, a quien el año pasado dejó por primera vez en casa con tres meses. Su esposa lo lleva «muy mal. Me dice todos los días que a ver cuándo vuelvo». Él, reconoce, les echa «un poquito de menos».

Cambiar el asfalto por la arena también supone beneficios a nivel medioambiental. «Transportamos semillas», subraya Diego, por estos considerados «corredores ecológicos» de los que la Ley que protege las Vías Pecuarias reconoce que son «esenciales» para la migración y el intercambio genético de las especies silvestres.

Sin olvidar lo que les aporta personalmente. «Mucha cultura. Conoces a uno que te recita una poesía, otro te cuenta una historia... Conoces gente nueva», señala Diego. Y, por supuesto, los «buenos recuerdos, siempre con la familia y amigos». Y son «todos», salvo alguna espantada de las reses, en la que «se pasa bastante mal».

Salieron hace casi tres semanas con 20 centímetros de nieve en el pueblo para afrontar al día siguiente el puerto del Pico, uno de los altos que han subido. Después, las «buenas temperaturas» les han acompañado en este camino que les ha llevado en dirección Talavera, atravesar Navalmoral de la Mata , divisar la central de Almaraz, ascender el puerto del Miravete, caminar junto a la N-5, coger la Ruta de la Plata y ver ya cerca Mérida. Allí estarán las vacas seis meses, hasta que en junio retomen un camino que «casi saben ellas mejor que nosotros», aunque siempre al menos uno de los pastores va en cabeza abriendo el camino. Otros dos, al final. Como mínimo, son necesarias tres personas a caballo y otra en vehículo. Con ellos, tres perros, siempre más cerca de «quien les echa de comer», dice entre risas.

Aunque la lluvia les ha visitado en un par de jornadas, «no ha helado, que es lo peor», sobre todo en tierras manchegas, donde no hay refugios (en Cáceres, sí) y duermen en mitad del campo en tiendas de campaña.

Pese a tener que soportar frío, lluvia y nieve, Diego destaca las ventajas, sobre todo para sus vacas

«No estás en casa, al calor de la lumbre», apunta Diego entre las desventajas de la trashumancia. También, las dificultades de cruzar carreteras. «Piensan que somos unos locos», lamenta sobre la «falta» de conciencia de que ellos ejercen su derecho a utilizar la vía pecuaria. Un camino con el que «seguimos el movimiento natural» de los animales, «por necesidad», con los cambios de estación.

Para ponerse en cordel el trabajo tiene que iniciarse mucho antes de la fecha en la que comienzan a avanzar. Es necesario pasar los saneamientos de la cabaña ganadera, obtener las guías y documentos de los animales, herrar los caballos, planificar los lugares en los que dormir... Enumera Diego.

Cambiar el asfalto por la arena también supone beneficios a nivel medioambiental. «Transportamos semillas», subraya Diego,

La noche se aproxima. Es momento de parar. La caminata ha terminado por hoy, pero no las tareas. Hay que agrupar al ganado. Un pastor eléctrico ayuda a mantener las vacas controladas por la noche, sin olvidar la labor de los fieles perros, que vigilan para prevenir posibles ataques de lobos «y también cuidan de nosotros». Esta vez hay suerte. Atrás quedaron los días de tienda de campaña al raso. Hay refugio en el que guarecerse. Uno se encarga de encender la lumbre. El calor se agradece. Preparar la cena, comentar el día, pensar en el siguiente y echarse a descansar, siempre pendientes de lo que pasa fuera. En unas horas, vuelta al cordel.

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