Fernando Conde - Al pairo
Tierra Leve
«La soledad de los muertos debe de ser sólo equiparable a la soledad de los apestados, que es en lo que, en esta sociedad cainita y desmemoriada, se convierten los políticos que caen en desgracia»
En la antigua Roma era costumbre que los generales victoriosos pasearan sus triunfos por la «urbs» en olor de multitudes. Esos paseos de gloria eran el mayor reconocimiento al que un triunfador podía aspirar en la ciudad eterna. Pero los viejos romanos sabían que las glorias humanas son siempre pasajeras, y que lo que hoy es miel mañana puede convertirse en hiel. Por eso en su paradigmático pragmatismo obligaban al ufano militar a llevar tras de sí un lictor o un sirviente que a modo de letanía iba repitiéndole machaconamente la misma frase: «memento mori, memento mori» (recuerda que eres mortal).
Por eso quizá cuando desaparece de este mundo alguien que ha sido importante en algo, cabeza de algo, referencia en algo, solemos decir eso de «no somos nadie» , que es la vulgarización de aquel adagio latino, mucho más poético y evocador. Y desde el mayor respeto, porque los muertos lo merecen, es lo primero que a un servidor se le vino a la cabeza el pasado jueves, al enterarse del fallecimiento de quien fuera una referencia política de primer nivel en esta comunidad autónoma.
La muerte de Tomás Villanueva , que todos intuimos que guarda mucha relación con la de otros políticos que vieron cómo sus últimos meses se convertían -o amenazaban con convertirse- en una suerte de purgatorio social y mediático, ha sido un malhadado comienzo de curso. Villanueva, para su desgracia, estaba llamado a ser el protagonista de muchas portadas, columnas, informaciones y comentarios en los próximos meses. Sin embargo, el destino que es un individuo caprichoso y voluble, ha querido convertir las penas de paseíllo y de banquillo, para las que tenía ya cita fijada, en pena mayor e irreversible. La soledad de los muertos debe de ser sólo equiparable a la soledad de los apestados, que es en lo que, en esta sociedad cainita y desmemoriada, se convierten los políticos que caen en desgracia. En ese sentido, quienes pusieron la mano en el fuego por el exvicepresidente al menos tendrán la satisfacción ahora de decir y no sentir que pusieron la cebada al rabo. Cosa bien distinta de la de quienes aprovecharon su relación con el ahora fallecido para medrar y, una vez puesto en tela de juicio, se alejaron de él como almas que lleva el diablo.
Pero, «nihil novum sub sole». Así es la esencia humana, y en muchos el impulso de actuar con bajeza y vileza, como si la vida fuera eterna -también para ellos-, es un auténtico «élan» bergsoniano. La vida sigue y Tomás Villanueva ya descansa . Que la tierra le sea leve.