Antonio Piedra - No somos nadie
Sin honor
La moción se ha hecho por falta de honor, y porque los demás le acusaban de no tenerlo
Ya ni se habla del quid de esta moción de censura. Como lo aprendí en los libros, y luego lo enseñé durante años, pues allá va. Me refiero al honor. Un concepto básico que ahora se vende en tetrabrik. El honor -o conducta con el prójimo y con uno mismo- lo servían nuestros clásicos en cristal de Bohemia. Era tan delicado como ahora: un roce, y adiós. No valen rollos de modernidad reciclada. Una vez roto hay que tirarlo. El problema de Rajoy -el Zapatero vis del PP- ha sido el honor. Da igual que la sentencia de la Gürtel sea, o no, definitiva. La moción se ha hecho por falta de honor, y porque los demás le acusaban de no tenerlo. Argumento impecable.
Tiene razón Pedro Sánchez y el resto de censores: el honor de Rajoy estaba por los suelos. Ya hablaremos del suyo, que es otra columna. Hoy hablamos del honor en un mal gobierno que, como escribía Calderón en «La dama duende», es tan frágil que «con un solo golpe se quiebra». Rajoy, para más inri, defendía el honor de España. Trágica contradicción. A los independentistas, al PSOE, y a Podemos, el honor de España les trae al pairo. Ojalá todo en Rajoy y en el PP hubieran sido acciones de mal gobierno, que es equivocación, y que tantas veces he señalado. Hablamos de deshonor: de robar, de caja B, de llevárselo crudo a casa, de corrupción. Rajoy no ha tenido cuidado con el vidrio.
Gran error el suyo: imaginar que el honor es hierro, cemento o madera. Ni en el Siglo de Oro, ni hoy, el honor se arregla con pactos o con una medida de gobierno presupuestaria. El honor una vez roto, no hay quien lo arregle, y menos culpar a los otros. Tampoco se rompe por casualidad. Si no tienes cuidado en poner la cartera en el pasillo, es que te importa bien poco que la birlen. Si una doncella en el Siglo de Oro no cuidaba el vidrio -o sea, su honor-, sabía que el vidrio de su cuerpo no valía un maravedí. Lo mismo que Rajoy, quien durante la sesión de censura se fue al bar a consolarse con el whisky en botella de Murano, al tiempo que decía a sus ministros: una propina para las camareros, y barred los cristales que aquí no pasa nada.
Rajoy, muy tarde, ya sabe qué es perder el honor. En las tragedias griegas, errores como el suyo, llevaban al héroe y a sus cercanos -Edipo se sacó los ojos- al gran dolor de la catarsis que es depuración y penitencia. Lo acepte o no, ocurrirá. Y es lo que le espera a él y al PP: catarsis, penitencia pura y dura. Deben recordar, además, lo de Julio César: que todos los tormentos son normales para los vencidos. Encima, Rajoy ha sido pillado en una acción nada heroica como es la falta de honor en sentencia judicial. Y es que la responsabilidad del honor ha de ser exquisita. La catarsis la vamos a pagar todos, claro. Pero yo, que conste, no he roto ninguna copa. Basta de aplaudir a esta arrogancia gallega. Ni los jueces ni nosotros somos culpables del estropicio en cristalería fina.