Sermones

Los tranquilos días pasados invitan a la lectura de libros almacenados en el anaquel de pendientes: «Voces de Chernóbil» y «El final del homo sovieticus» de la bielorrusa, Aleksiévich, Nobel en 2015. Con recogida objetiva de información, aunque se transparente su ideología contraria al marxismo y en forma de reportaje, informa de personas y sucesos de la extinta URSS desde la época estalinista, y de la época postsoviética. Episodios distintos y espeluznantes, conocidos para los coetáneos al esplendor y decadencia del totalitarismo soviético, y reveladores para los de menos cuarenta. Común denominador, el insignificante valor de la vida, la desconsideración de la persona, la libertad y el derecho a la expresión, la imposición del pensamiento único por la represión, las vejaciones, etc. Y las consecuencias del postsovietismo: desigualdad, desencanto, escepticismo en la Rusia de Putin.

Mientras desgrano estas páginas, en otras leo la gira de Garzón, transformado en predicador metódico y apasionado de la Revolución de 1917. Sermonea y canta las bondades del comunismo, en un intento de salir del obscurantismo podemita. Habla de igualdad, dignidad, no sometimiento al consumismo, de la dictadura de los mercados. Bien. Se puede estar de acuerdo. Pero simplifica en exceso el sermón y olvida que la utopía marxista acarreó las consecuencias descritas por Aleksiévich. Se le exigiría más autocrítica, menos dogmatismo y conocer la historia. Podría leer entre sermones, «La tragedia optimista», una obra de teatro escrita cerca del 17, donde Vichnievski escribe de la represión sangrienta de los bolcheviques contra los anarquistas por disidencias. Obra reescrita bajo amenazas intimidatorias de Stalin ya en clave que gustará a Garzón.