Fernando Conde - AL PAIRO
¡Señor juez!
«Un joven peñafielense por robarle, ¡durante tres días seguidos, el muy reincidente!, el tanga del tendedero a la vecina (ríete tú de Nabokov contando historias de Lolitas)»
Cuando escuchamos eso de que los juzgados están colapsados, que no dan abasto, que necesitan más personal y que con lo que tienen encima es normal que tarden años en dictar sentencias, todos pensamos que el origen de esa demora y de la queja subsiguiente está en la concienzuda instrucción que han de llevar a cabo en y de cada caso. Y será verdad en algunos.
En su descargo hay que decir que muchas veces los jueces han de enfrentarse al mismo síndrome que los médicos de urgencias: el síndrome de la estupidez humana... muy extendido y, en algunos casos, acusado. Así, mientras el médico tiene que explicarle al señor de la tos seca que lo que tiene es algo tan «gravísimo» como un constipado por enfriamiento y que en dos días como nuevo con unos antitusivos, el juez, por su parte, ha de juzgar sobre hechos tan flagrantes y complejos como la custodia compartida de un perro (lo del pisuerguino Cachas ha ocupado hasta telediarios), el arrojamiento de chucho a un cubo de basura (para lo que un juez de Tenerife requirió la presencia –no sabemos si también el testimonio- del cánido interfecto, a fin de conocer su opinión en el caso), el cachete propinado por un padre a un hijo (¡dónde habrá quedado aquello de la patria potestad!) y, por no abundar en esta desternillante casuística, el juicio de un joven peñafielense por robarle, ¡durante tres días seguidos, el muy reincidente!, el tanga del tendedero a la vecina (ríete tú de Nabokov contando historias de Lolitas).
Este último episodio (al margen de las circunstancias concretas, que un servidor desconoce, y sobre las cuales, de ser lesivas o resultar amenazantes para la afectada, no conviene frivolizar) recuerda a aquel Luis Escobar berlanguiano de la Escopeta Nacional, coleccionando vello púbico de sus conquistas. Y es que a un servidor le da en la nariz que lo de los tangas es más feticihismo que ánimo de lucro. El paso, peligroso, de un aprendiz de «voyeur» a la acción, sin calcular bien las consecuencias.
Ahora será el señor juez (o “jueza”, que dirían los infames de la ideología de género) quien tenga determinar si el robo de las tres tangas ha de ser castigado con cuatro años (al pobre voyeur igual le habría salido más barato dar un golpe de Estado a lo Junqueras-Puigdemont que apropiarse de la intimidad textil de su vecina) o, si, por el contrario, con devolver el género a su propietaria y prometer que no volverá a molestarla ni a saltar la tapia con esos fines –ni otros, baste. Pero en todo caso, ¡señor juez!, que no le dé la risa durante el juicio. Aunque un poco de humor sea lo que le falte a esta sociedad idiota.