Senado al mérito

El Senado es la mejor de las medallas. O la peor. No puede uno colgarla de la solapa, pero ingresa más méritos al final del mes que muchas de las distinciones del Estado. El Senado es pasar a la reserva. Ese «gracias» que dispensa a algunos el partido por los servicios prestados.

La plaza que quedaba por ocupar en el Senado por alguien de Castilla y León le ha caído a Ignacio Cosidó, a falta de ratificar en el pleno del miércoles las Cortes, como pago por los servicios prestados al frente de la Dirección General de la Policía. Unos servicios que en los últimos años, y con los del Daesh volando las puertas de Europa, tienen más méritos si cabe. Frente a todo, eso bien merecería una condecoración y haber seguido en el puesto.

En Podemos Pablo Fernández dijo que no era adecuado «por su espíritu poco democrático». La democracia es a gusto y a conveniencia para los de Podemos según parece. En el PSOE criticaban la jugada por la premeditación de haber estado reservando el escaño a placer. Y es que esta maniobra del PP de designar un senador medio año después me recuerda a esa otra de colegiales. El escaño con una pequeña pila de informes desde el comienzo de la legislatura. Como cuando críos un amigo nos guardaba el pupitre de al lado poniendo los libros para que no nos quitaran el sitio. Más o menos una operación de colegio que queda fea con estas edades pero igual que en la infancia, funciona. Dicen los que tratan a Cosidó en Palencia que no hay riesgo de que se le suba el Senado a la cabeza.

Que le manden a uno al Senado es que le pongan un escaño en vez de un banco en un parque con obras en el horizonte. Sin patos ni gusanitos, pero remunerado. El Senado es el cielo al que van a dar los políticos en vida; con permiso de las puertas giratorias.