Vicente Ángel Pérez - Corazón de León
La Semana eterna
Pasarán décadas, pasarán lo pasos, pasarán las penas y las limonadas hasta que la Semana Santa vuelva a nacer en invierno
La Semana Santa ha comenzado en invierno, en unas fechas que no se repetirán hasta que los nietos de hoy sean ancianos; incluso al Domingo de Ramos llegará la primavera entrada la madrugada, un «fenómeno» que algunos modernos periodistas- tertulianos atribuirán al «cambio climático», en lugar de mirar al cielo, a la Luna que, desde hace siglos, rige la fecha del Domingo de Resurrección. Los astrónomos de entonces eran más sabios, sin duda, que los tertulianos y politiquillos de ahora, ésos que escupen al cielo con sus teorías sobre la inconveniencia de celebrar la Semana Santa en estas fechas, poco propicias para el turismo dicen unos, o impropias, achacan quienes pretenden eliminar la mayor expresión religiosa y popular de España (junto a la Navidad) con el recambio de la «semana turística», como se denomina en naciones que desprecian sus raíces cristianas. Sin ir muy lejos, por Madrid la alcaldesa subvenciona más a los organizadores del «Año Chino» o a la celebración del Ramadán que a la Semana Santa de la capital que tiene, como primer referente de devoción a «Jesús de Medinaceli», alabado y rezado por gentes de toda condición, como se decía antaño, desde monarcas y príncipes hasta el populacho, que, por lo general, lo conforma gente de bien, gente de fe, gente de esperanzas tal vez perdidas, pero tal vez recuperables, Dios mediante.
Pasarán décadas, pasarán lo pasos, pasarán las penas y las limonadas hasta que la Semana Santa vuelva a nacer en invierno, como sucede este año, irrepetible e histórico (aquí sí es oportuno tal término, agotado el pobre por la frivolidad que impera en los medios de comunicación, en los que cualquier gol, cualquier concierto, cualquier novelita, cualquier invento de unos supuestos científicos o ingenieros se proclaman como históricos).
Por León, capital y provincia, los nietos que tengan la suerte de vivir entonces, cuando la Semana Santa nazca en invierno y el Domingo de Ramos anuncie la primavera, recordarán aquel 2016, cuando la España de sus abuelos era una incertidumbre y su tierra, la leonesa, un jardín con flores sin riego pero con brotes. Los futuros nietos, los que celebrarán a mediados de marzo el comienzo de la Semana Santa, antes que el de la primavera, no sabrán qué fue de la minería, ni de la agricultura ni, tal vez, de la Cultural y Deportiva Leonesa. De aquí a allá nada será igual; habrán llegado mareas políticas, tormentas, nevadas, castigos climáticos, vacas locas, más pestes porcinas, más corrupciones… Nada será lo que ahora es; y los de hoy, todos calvos, pese a tanta ambición presente, en silencio eterno. El último consuelo es que esos nietos seguirán disfrutando de la Catedral de León (si no ha sido reconvertida en mezquita) y que celebrarán, al final del invierno, la Semana Santa, una tradición que, Dios mediante, habrá sobrevivido a cambios climáticos y políticos.