Santiago García Jalón-de la Lama - Tribuna libre

La peste y la memoria

«Las pestes han sido compañeras de la humanidad a lo largo de los siglos, siempre fieles y siempre inoportunas»

Efe

Santiago García Jalón-De la Lama

El DRAE describe el significado de peste como «enfermedad contagiosa y grave que causa gran mortandad en los hombres o en los animales». Así que, por disfrazado que aparezca con el adorno de términos técnicos, lo que estamos sufriendo es el acoso de la peste acudiendo puntual a su periódica cita con los seres humanos.

En efecto, las pestes han sido compañeras de la humanidad a lo largo de los siglos, siempre fieles y siempre inoportunas. Desde la epidemia de fiebre que, partiendo de Babilonia, asoló el Asia central y meridional en el siglo XIII antes de Cristo, las pestilencias han sido recurrentes en la historia. Las crónicas que narran tales acontecimientos testimonian el desconcierto de quienes los padecían o eran testigos de los mismos.

También a nosotros, en los meses pasados, se nos ofreció la ocasión de sentirnos serena y desoladamente humanos. Allá por abril -abril que siempre vuelve y vuelve siempre esquivo; abril, que es el mes más cruel- todos fuimos solo humanos. Como otros muchos seres humanos a lo largo de la historia, éramos quienes estaban desconcertados, quienes eran presa de la incertidumbre y del temor, quienes padecían el rigor del confinamiento y contemplaban atónitos las calles desiertas. Fuimos solo los vecinos de nuestros vecinos, con quienes habitábamos el común territorio del miedo y de la ansiedad.

E importa notar que fue la adversidad quien tejió vínculos entre nosotros. Nos sentimos solo humanos porque nos sentimos frágiles y reconocimos en los demás nuestra fragilidad. Durante aquellas largas semanas, tuvimos la oportunidad de averiguar lo humano, de recostarnos en la reconfortante convicción de que también la pesadumbre es humana. Sabernos vulnerables nos unía con nuestros contemporáneos y nuestros antepasados.

Nunca faltaron en tiempos de peste quienes reflexionaron sobre lo que estaban viviendo. No podía ocurrir ahora lo contrario: en las últimas semanas han proliferado consideraciones llenas de tino acerca de cuántas enseñanzas cabía extraer de la epidemia, de cuántos avisos traía ésta consigo. Sin embargo, en toda esta marea de opiniones, han sido pocos los que han apuntado en una dirección que me parece particularmente relevante: la epidemia nos ha dado la oportunidad de redescubrir lo humano al conectarnos con la historia de la humanidad y al hacerlo, precisamente, mediante la fragilidad.

La arrogancia contemporánea comportaba el olvido de la historia. Parecía que la andadura del hombre sobre la tierra había tenido un nuevo principio con los logros técnicos de las últimas décadas. Un abismo infranqueable nos separaba de nuestros antepasados, incluso de los más inmediatos, a los que considerábamos sumidos en la barbarie de quien padece todo género de males por su falta de lógica y su incapacidad para imponerse a la naturaleza y para usar con eficacia las reglas que conducen al progreso.

«El regreso de la peste debería enseñarnos que somos solo humanos, el eslabón de una cadena que nos integra en el pasado»

Frente a esta arrogancia, el regreso de la peste debería enseñarnos que somos solo humanos, el eslabón de una cadena que nos integra en el pasado, donde hombres como nosotros experimentaron los mismos desconciertos e incertidumbres que ahora padecemos. Tal enseñanza es decisiva, porque en la historia se encuentra la esperanza. Quienes padecieron con menos medios que nosotros, con menos medios que nosotros consiguieron sobreponerse a una suerte aciaga.

Vivimos una peste. Como antes que nosotros la vivieron nuestros padres y los padres de nuestros padres. Y esa circunstancia establece, de hecho, una solidaridad que nunca deberíamos haber atenuado: la que nos muestra humanos como humanos han sido quienes en el sucederse de los siglos han poblado antes que nosotros la tierra. Frágil, hermosamente humanos. No nuevos Prometeos ante una tierra virgen que pueden labrar a su antojo, sino miembros de un linaje, herederos de un pasado, cuya debilidad podemos mirar ahora, mejor que antes de la epidemia, con ojos asombradamente luminosos.

Santiago García-Jalón de la Lama

Catedrático de la Facultad de Filosofía de la Universidad Pontificia de Salamanca

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