Salvador Rus - Un tiempo propio
Abrazar las ciudades
«Rechazaremos a todos los profetas del apocalipsis y charlatanes que venden humo y piensan sólo en sí mismos»
Se ha dicho todo, y se dirá mucho más, sobre esta pandemia, sus consecuencias, los errores y los proyectos fallidos del gobierno durante esta situación de alarma. No merece la pena seguir dando vueltas a lo mismo y echar más leña a un fuego que ya está suficientemente crecido. La constatación es evidente: los españoles lo estamos pasando mal y tenemos miedo al futuro.
La mezcla de sufrimiento e incertidumbre provoca un miedo que se transforma en pánico que nos paraliza. Llevamos muchos días metidos en nuestras casas. Nos comunicamos por medios telemáticos que nos presentan una supuesta realidad que no deja de ser virtual. No hemos podido despedir como se merecen a nuestros seres queridos, que esta epidemia les ha arrebatado la vida y cercenado parte de la nuestra. Las calles están medio vacía o desiertas. El panorama de las ciudades es triste y desolador. Ahora se agrega la incertidumbre y la congoja ante un futuro desconocido.
A pesar del sufrimiento que está causando esta situación, la esperanza debe alumbrar nuestras vidas y saber que después de la noche llega el día que nos deslumbra con su intensa luz y colores. Todo túnel tiene una salida y la vida se reinventa en cada instante. Si somos optimista y tenemos esperanza saldremos fortalecidos de esta situación anómala que se nos ha venido encima. Volveremos a salir a las calles, a saludarnos con afecto y alegrarnos ante la visita y la presencia de los seres queridos, familiares, amigos y conocidos. Volveremos a abrazar a nuestras ciudades, a apreciar la variada paleta de colores que muestra la primavera. Seremos sensibles ante el armonioso y bello canto de un ave. Viviremos en paz con el entorno y cuidaremos mucho más los detalles que antes nos pasaban desapercibidos. Valoraremos mucho más lo que tenemos, sobre todo la vida y sus posibilidades, y no anhelaremos patológicamente lo que carecemos.
Pronto abrazaremos las calles. Las llenaremos de conversaciones, de alegría y de felicidad. La vida florecerá en un bullir continuo donde el ser humano será el protagonista y las cosas medios para facilitar y mejorar nuestra existencia. Será el momento de valorar el tercer principio sobre el que se asentó la revolución francesa, la fraternidad. Es decir, la capacidad que tenemos los seres humanos para ser sociables, construir comunidades en las que el convivir perfecciona y potencia el mero vivir. La capacidad para comprender y hacernos cargo de la vida y de las necesidades de los demás con sentido moral y justicia. El ser humano es una criatura sublime que ha demostrado su capacidad para superar las dificultades y cambiar el sesgo de los acontecimientos saliendo con bien de ellos. Hemos sabido construir donde solo había desolación, hemos sabido avanzar donde solo había dificultades insuperables, nos asombramos ante la grandeza del cosmos, pero no nos detenemos en nuestro afán de conocerlo para hacerlo nuestro. Y después de esta pandemia también saldremos mejor de cómo nos vimos arrojados y sumidos en ella.
Y cuando todo esto termine liberaremos la inmensa alegría que hemos guardado entre los muros de nuestras casas. Daremos rienda suelta a nuestra felicidad para hacer felices a los que nos rodean. Acariciaremos las calles con la delicadeza de unos amantes que aprecian lo que tienen y sufren con lo que han perdido. Abrazaremos con fuerza la existencia hasta exprimirla completamente y dejarla sin aire. La vida será maravillosa, con dificultades y sufrimientos, pero con mucha alegría.
Y olvidaremos los malos momentos. Valoraremos a los responsables públicos que asumen sobre sí la tarea de mejorar nuestras vidas. Rechazaremos a todos los profetas del apocalipsis y charlatanes que venden humo y que piensan solo en sí mismos. En fin, esta pandemia nos hará madurar humana, social y políticamente.