José Gabriel Antuñano - El callejón del gato
Rodríguez Bolaños
Entre sus méritos, recoger las tradiciones e impulsar reformas urbanísticas, sociales, festivas o deportivas
De repente se fue Tomás Rodríguez Bolaños, como con premura una lejana mañana de mayo de no recuerdo qué año, entró su secretaría en su despacho, donde nos encontrábamos reunidos abordando algunas cuestiones del premio Ateneo de Novela. Tiene la llamada de Concha Velasco, ¿se la paso? Se entabló un diálogo breve: ¿cómo no vas a venir a las próximas ferias? Desconozco qué contestó. Pues si ese es todo el problema, lo arreglas con (y deslizó un nombre). Asunto resuelto. Concluyeron. Me dio unas pinceladas del problema, que no son del caso, y en efecto Concha vino a las Ferias, no recuerdo con qué espectáculo. La anécdota resume bien el carácter de Bolaños: de frente, cercano y conocedor de que aquella gestión menor importaba a los ciudadanos. No reparó en «arremangarse». Sí, era un hombre afable, oculta en la seriedad adusta de buen pucelano, amigo de la concordia y nada partidario de la firmeza bronca, aunque era un hombre de convicciones sólidas, que intentaba llevar a buen puerto.
Enlazó cuatro legislaturas seguidas con mayorías absolutas o con apoyos del PCE o IU. Después de iniciales titubeos, impulsó una acción de gobierno en pro de Valladolid. Entre sus méritos, recoger las tradiciones e impulsar reformas urbanísticas, sociales, festivas o deportivas. Siempre dialogando, obteniendo consensos, unas veces, o reconocimientos, después. Le interesaba su ciudad y, más adelante, el terreno municipal. Estuvo media docena de años como presidente de la FEMP e impulsó el arranque de la Ley de Bases de Régimen Local. Cuando se le desplazó hacia el Congreso, disfrutaba menos, aunque seguía su compromiso. Los últimos años los vivió distanciado y crítico con su partido, pero sin elevar la voz: su momento había pasado.