El recambio

Valladolid es una ciudad donde los cambios van despacio. Le gusta mirarse y reconocerse. Una ciudad perenne. Quizá todo sea causa de esas prisas de piqueta y de cemento que le entraron en una única ocasión, cuando el éxodo rural. Entonces Valladolid cambió tanto -pasándose la estética, el patrimonio y la historia por el forro- que ahora aprecia la rutina y la burocracia de vivir despacio. De ahí quizá que los alcaldes le duren dieciocho años de media.

Valladolid los experimentos los deja para la «CocaCola» y poco más. Pero eso no lo sabe Óscar Puente, porque donde se aprenden las cosas es gobernando. En la oposición nunca sabe uno de nada. De ahí que se metiera en un experimento tripartito, los gobiernos del cambio -que decían-. Pero Valladolid ha cambiado poco en estos tres años. Y lo de los experimentos, el alcalde de Valladolid lo empieza a entender, supongo, cuando critica al partido con el que gobierna. Dice que Podemos «no es un buen árbol al que arrimarse». Salvo para que le hagan a uno alcalde, entiéndase.

El gobierno del cambio, parece, empieza ahora en Valladolid, a un año de las elecciones, sin aguantar siquiera una legislatura entera. Los cambios, más que de gobierno de estructura, los ha hecho Puente rápidamente. Ha cambiado de jefe de gabinete y de jefa de prensa en dos días. Únicamente le ha faltado cambiar de alcalde en ese ala del Ayuntamiento. Más que el cambio, ha llegado la etapa del recambio.

Ha debido de acordarse Puente de aquello que dijo Alfonso Guerra de que a España no la iba a conocer ni la madre que la parió. Pero el alcalde de Valladolid más que la ciudad lo que está cambiando, hasta lo irreconocible, es a sus colaboradores cercanos. Y el riesgo de alejarse de los que han hecho el camino contigo, es el de no acabar reconociéndose uno mismo.