Antonio Piedra - NO SOMOS NADIE
¿Quién soy yo?
«Por dos cervezas, o por las que sean, pretenden los politicastros de la segunda investidura -los propios y los ajenos- que a Rosa Valdeón se le aplique la mancuerda inquisitorial»
Jamás he cambiado una palabra, letra o caña, con Rosa Valdeón. Un día, en un acto, esbocé una especie de saludo al pasar a su vera, pero le ocurrió como a Rajoy con Sánchez en la primera investidura: que no se dio cuenta de mis malvadas intenciones y me hizo, sin querer, una peineta que se me puso cara de tonto. Se lo conté a un amigo cachondo tomando una cerveza, y para qué se me ocurriría… Al insistirle que me aceptara una segunda, me salió por peteneras: «Pues claro, ¿quién soy yo para decir que no?». Para compensar la genialidad, le invité a varias más sin pulguita, eso sí. Y esta ha sido toda mi estrecha relación con doña Rosa Valdeón.
Eso mismo digo yo ahora que Rosa Valdeón ha caído en las garras de la imbecilidad y de la intolerancia políticas: «Pues claro, ¿quién soy yo para decir que no?». Nadie. Así que digo que no. Por dos cervezas, o por las que sean, pretenden los politicastros de la segunda investidura -los propios y los ajenos- que a Rosa Valdeón se le aplique la mancuerda inquisitorial, que sea paseada -a ser posible con capirote del color vino de Toro- los domingos y fiestas de guardar, que sea reducida a la indigencia social, que sea recluida en el gulag de los apestados al estilo de los kamaradas, y que sufra por toda la eternidad la pena específica que Dante aplica a los borrachos en el Canto XXII del Infierno: sufrir juego eterno «al borde del agua de un charco» con «renacuajos con el morro fuera».
Esto pretenden -o eso aparentan al menos- los politicastros de la segunda investidura del arco parlamentario que, según la opinión más generalizada de los analistas políticos y de gran parte de la ciudadanía española, parecen los más borrachos de poder del orbe, los más corruptos del sistema, los más mentirosos del congreso, los más gorrones del presupuesto general, los más intolerantes con las minucias, los más ineptos en casi todo, los más odiosos por su hipocresía galopante, y los más incultos y mostrencos de todo el occidente romanizado. Y todo porque una mujer, de la valía de Rosa Valdeón, se tomó dos cervezas en una mala hora y en un perverso cruce de caminos.
Los puristas del sistema quieren conseguir, como sea, que Rosa Valdeón renuncie, además, a su escaño de procuradora en las Cortes de Castilla y León, ganado por méritos propios como sabe todo el mundo. ¿Quiénes son ellos para decir que no? Ellos son los grandes mezcladores de las esencias políticas. ¿Nunca se han tomado dos cervezas o dos whiskys, o dos copitas de Marie Brizar como hacen las buenas putas? Lo habrán hecho mil veces. Sobre todo cuando proponen leyes tan injustas. Pero esta vez, al parecer, tienen un motivo inconfesable: que las cañas de los ciudadanos normales suban hasta la estratosfera porque los tragos de la Carrera de San Jerónimo necesitan su subidón de nenuco maternizado o de chavismo infuso.