Puente, año 2017

Óscar Puente, alcalde de Valladolid, que acostumbra a mostrarse encantado de conocerse en entrevistas, estas Navidades declaraba que el liderazgo fuerte de su predecesor ha dejado al partido debilitado y divido. Tiene razón. La oposición popular se mueve entre la invisibilidad y lo extemporáneo; sin ideas. Sin nadie enfrente, gobierna con una cómoda minoría minoritaria, gracias a unos apacibles socios de gobierno, que ha sabido granjearse.

A Manuel Saravia le ha entregado la parcela de urbanismo con la que se entretiene, y ha neutralizado a Toma la Palabra; Si se puede son lo menos podemitas del mercado y no le crean complicaciones. Así las cosas, con una ciudad saneada y sin problemas (la gestión de Francisco Javier León de la Riva fue eficaz, aunque oscurecida por el carácter desabrido), en su primer año y medio ha frecuentado el postureo con réditos de imagen, pero ayuno de gestión y control del PSOE en Valladolid. Ha adoptado decisiones, hoy desapercibidas para el ciudadano, pero de mucho calado, donde se juega mucho él y la ciudad. El no al soterramiento con la decisión de judicializar el caso más por arrebato personal que por motivación inteligente, la municipalización del servicio de aguas, los problemas con Auvasa que maneja con ejemplar torpeza, las bombas de relojería que le prepara la concejala de Cultura, o la deslocalización de empresas, donde la foto reivindicativa le gusta más que la gestión callada, son algunos de los problemas que le esperan en este año 2017.

De su capacidad para resolverlos dependerá su futuro (y el de la ciudad). Bueno su futuro también estará en manos de la nueva ejecutiva socialista. El abanderamiento sanchista a lo Pereiro podría hacer que se cumpla parte de su pronóstico, el PSOE estará muchos años en el ayuntamiento pero, acaso, sin él.