Antonio Piedra - No somos nadie

La posverdad

Pedro Sánchez para demostrar que un pensionista es igual que un diputado acude a su propia nómina que aumentó un 25% en 2018

Antonio Piedra

Que al menos por Semana Santa no le desplumen en la Meseta que hace mucho frío. El mantra de la posverdad -la nueva verdad política, pues la filosófica equivale a tener una novia en Pernambuco- es una palabreja de hace poco. Cierto. Pero conceptualmente es más vieja que los populistas gamberros del siglo V antes de Cristo que se llamaron sofistas, y que convertían e n juego las cosas serias, según Sócrates. La posverdad que ahora quieren imponernos no resiste aquellas brillanteces. Es así de ramplona y coñazo: se escribe con be de oveja porque criminaliza a la verdad con uve, presume de una magistral incoherencia , siente alergia por la objetividad y la justicia, es radicalmente de izquierdas y esotérica, y cobra a dos carrillos por hacer de la estética de Frankenstein una impunidad triunfante.

Unos auténticos jíbaros. Se apuntan a las pensiones, se desmadran con las víctimas porque los corderos son más peligrosos que los lobos, y hacen añicos de la historia al encausar la ley de amnistía que trajo la democracia a España. Un prodigio publicitario que, cuanto más la venden, menos votantes la compran. Y eso que siempre se les aparece un nigeriano que se muere por una cardiopatía congénita pero señalando a los culpables: a la policía que le auxilia, al capitalismo monstruoso que lo trajo a España para hacerse mantero sindical, y al Occidente maldito.

Me admira la posverdad podemita por el diluvio universal que provoca. Siempre traspasan una joyería que incluye el número de asaltos que ha sufrido a lo largo de su existencia y los posibles que vengan. Así que su cuenta finalista es proporcional a la que hace Maduro con los derechos humanos y con el derecho de expropiación, cuya cuenta echó el escritor norteamericano Bierce de esta manera clarividente: «A le roba al sujeto B los bienes de C y, para compensar, B toma del bolsillo de E el dinero de un tal D». O sea, igual que la señora Carmena que, preguntada por el asalto de Lavapiés con el aire de París, responde con alegría que los camellos en Castilla y León no tienen joroba.

La posverdad de Sánchez es de corte trascendente. No puede sufrir que el sueldo de un diputado supere al incremento del 0,25 de un pensionista. Un sofisma parecido al de Zenón de Elea, quien juraba por sus muertos que una tortuga era más veloz que una liebre. Y lo demostraba con paradojas. Igual que Sánchez que, para demostrar que un pensionista es igual que un diputado, acude a su propia nómina que aumentó un 25% en 2018, asegurando que él gana en realidad menos que ambos. ¿Cómo? Quitando comas y decimales paradójicos. La posverdad de Rajoy no existe. Suscribe la de Sánchez e Iglesias: el delito es un sueño, la verdad una broma, el narcopiso una solución habitacional, y la ataraxia una entereza gallega que dormita. A Rivera le basta con regular la espuma . Ya me dirán si esto cuela.

La posverdad

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