Antonio Piedra - NO SOMOS NADIE

Poesía necesaria

Aunque sólo sea por una semana, da gusto olvidarse de la política. Hacerlo en vísperas de elecciones es tan dulce como el canto de sirena que no tiene pelo ni pela

Antonio Piedra

Aunque sólo sea por una semana, da gusto olvidarse de la política. Hacerlo en vísperas de elecciones es tan dulce como el canto de sirena que no tiene pelo ni pela. Y bueno, pegar el cambiazo por poesía, que es un mundo libre y sin complejos, y en donde no gobiernan los pies sino la cabeza con corazón o el corazón con cabeza, pues parece una especie de milagro en el que se juntan Sancho y don Quijote para poner sensatez, humor, y humanidad a las cosas. Y esto, precisamente, es lo que hizo el viernes pasado el joven poeta leonés Willinton Triana -así con ese nombre tan rotundo y de resonancias caribes, pero con apellido de castellanía a carta cabal-, en la última sesión del Grupo Sarmiento en Valladolid.

Qué maravilla escuchar a un joven limpio, sin las excrecencias del nenuco y las variantes del cambio aliñadas con Christian Dior o con lonchas de jamón ibérico. Sólo vimos a un muchacho de veinte años, estudiante de ingeniería informática, ante un micrófono apenas iluminado, sin petulancias ni altanerías, y sin mentiras subvencionadas, para contar su verdad a quien quería escucharle: que sentía la poesía como una danza en vena, con un ritmo bailongo y liberador que apenas cabía en una discoteca de cien hectáreas. Muchos de los allí presentes pensábamos que de un momento a otro se abriría una sesión de rap o el descoyuntamiento de huesos con ritmo, y que ahí acabaría la aventura poética.

Nada de eso. El joven Triana hablaba de lo que realmente entendía, de lo que había leído a lo largo de su corta vida, y de lo que había asimilado en sus estudios como vida del pensamiento y de la poesía. Un portento de ensamblaje realmente novedoso y plagado de humildad. Junto al tango, el vals, la salsa o el rap situaba con maestría a griegos y latinos, al mundo bíblico, a renacentistas y maestros del Siglo de Oro, a los modernistas, y a la modernidad más exclusiva y exigente. Todos -de Whitman a Rilke, Nietzsche o Marx, Lope o Calderón, Platón o Virgilio- bailaban sus ritmos en discotecas públicas que él, como joven pinchadiscos, mezclaba con destreza sabiendo que fabricaba un poderoso cóctel con almas poderosas y sabrosas.

Pero aquí no terminan las implicaciones, porque los espacios del baile y de la inteligencia aplicada crean en poesía -al menos en la de este joven poeta que sabe e interpreta los ritmos de la modernidad con absoluta soltura- sus valores trepidantes. Triana no puede soportar la fruslería gratuita ni en política, ni en poesía, ni en el amor, ni en los ritmos bailadores. Y así lo dice: «Fíjate:/ si encajo este húmero desnudo/ en algún espacio entre tus costillas,/ mira qué nudo tan forzado forma,/ qué pusilánime osamenta más perdida». Y que es no hay más remedio. En poesía, hasta el bailar constituye un arte y un tentador movimiento hacia la vida. Poesía necesaria en las lindes del vivir.

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