Pedro Villanueva - Tribuna libre
Un día de infamia
El 3 de noviembre de 1943, los nazis orquestaron la mayor matanza de civiles durante la Segunda Guerra Mundial. La denominaron operación 'Erntefest' -El Festival de la Cosecha- denominación macabra para un día de dolor y vergüenza humana
Mariam Soboczyk, Badio Zdzislaw y Ludwika Fiser son nombres polacos, lejanos; pero encierran una nota común y harto importante: sobrevivieron a la barbarie; al día de la infamia.
El 3 de noviembre de 1943, los nazis orquestaron la mayor matanza de civiles durante la Segunda Guerra Mundial. La denominaron operación 'Erntefest' -El Festival de la Cosecha- denominación macabra para un día de dolor y vergüenza humana.
Majdanek, Belsec y Poniotowa son los nombres de los campos de exterminio, donde ese 3 de noviembre se liquidaron a 48.000 personas; sin distinción: mujeres, hombres, niños y ancianos fueron ejecutados y enterrados en fosas kilométricas en el Distrito polaco de Lublin. Ludwika Fiser, relató cómo fue su 3 de noviembre:
«Mientras protejo a mi hija pegándola contra mi cuerpo, pregunto a uno de los guardias ucranianos a dónde nos llevan. Su respuesta hiela mi sangre: -¿No sabes mujer, que estás a media hora de tu muerte?
Cuando llegamos al talud de tierra, nos obligaron a bajar a la fosa.
-Tengo miedo mamá, tápame los ojos.
El soldado ríe al vernos desnudas y tira del cerrojo de su fusil.
-Tranquilas mujeres, la muerte sabe esperar.
Levanto la cabeza, estoy herida. Busco con la mirada a mi hija, beso su pelo manchado de sangre; su mano cae a mi lado sin fuerza…
Aguanto horas sin moverme hasta que reúno valor y fuerzas para huir al bosque en la noche; mi hija queda allí, junto a otros cientos de inocentes».
Tantas historias de héroes, pero también de villanos cuyos nombres no merecen ser recordados.
En la ciudad de Lublin, supieron de la matanza a la mañana siguiente. La lluvia de ese otoño gélido, de cielo plomizo rasgado de azul, arrastró la sangre de los sacrificados en el campo de Majdanek, por los arroyos que corrían colina abajo. Algo terrible había sucedido.
Los culpables de las atrocidades, no fueron juzgados hasta 1981 durante los juicios de Düsseldorf (Alemania), y muchos no fueron condenados por falta de pruebas; otros como el terrible maquinista de Belsec, hablaron sin tapujos y sin miedo a su condena. Así se expresaba ante el Tribunal:
«No entiendo por qué algunos se negaron a disparar a los niños; cuando crecen son igual que sus padres, y aún cachorros son alimañas…En una ocasión, metieron a un grupo de ellos en las fosas, y los enterraron vivos; durante un buen rato la tierra se movía como si tuviese lombrices».
Documentar todas las vivencias me han cambiado como persona. Ahora tengo más miedo, y menos confianza en el ser humano; repetimos los mismos errores y nos escondemos detrás de nuestra comodidad. Pienso en la hija de Ludwica, mientras veo caminar a la mía (de su misma edad) cogida de la mano de quien le dio luz. Respiro en el bosque colores verdes y ocres, parpadeo cegado por chispas de sol, esperando entender como entre tanta belleza se esconde tanta maldad, esa esencia que nos separa de lo humano para hacernos tan distintos.
**Pedro Villanueva es politólogo y autor de la novela 'El Festival de la Cosecha'