Ana Pedrero - DESDE LA RAYA
Vendo soledades
«En los pueblos de la frontera el confinamiento vino impuesto por la despoblación, ese virus maldito que ataca a las gentes sin oportunidades, que lleva a los jóvenes lejos a ganarse el pan, parias de tierra adentro»
El mundo se apeó de su prisa a mediados de marzo y comenzó a mirar a esta tierra de nadie, esta Raya de cruces, esta España Vacía llena de ausencias donde el tiempo discurre más lento.
Vendo soledades. La soledad de los pueblos cuando termina agosto y oscurece a las cinco de la tarde. La soledad de las calles sin niños, de las escuelas sin alumnos. La soledad de las noches sin besos, de los bailes sin jóvenes. La soledad de los campos en barbecho, de las casas vacías.
Aquí, en estos pueblos de La Raya, los pájaros cantaban antes de marzo. Ya se escuchaba cada mañana su aviso sin interferencias, la sinfonía gozosa de la madrugada. En mi Zamora pequeña, el invierno marca a partir de las ocho de la tarde un toque de queda por las calles, donde somos sombras fundidas en la niebla. Nada. Nadie. En los pueblos de la frontera el confinamiento vino impuesto por la despoblación, ese virus maldito que ataca a las gentes sin oportunidades, que lleva a los jóvenes lejos a ganarse el pan, parias de tierra adentro.
El mundo se detuvo hace unos meses y en su confinamiento volvió los ojos a quienes vivimos en perenne aislamiento de tantas cosas, a este oeste donde el aire campa libre por las calles, donde las losas guardan el peso de la memoria, los pasos perdidos, también la perdida paz del hombre. Y el mundo del ruido y de las guerras hizo visibles a los que trabajan la tierra con sus manos, a quienes conocen en la voz del viento si vendrá el día bueno o caerá la pedriza. A los que esperan de año en año la alegría cuando llega el verano y la casa se llena.
El mundo se detuvo y en su corazón roto conoció la añoranza de tantos corazones rotos, separados de sus raíces, la epidemia del olvido. Y también el sosiego del silencio, el color imposible del cielo azul, del agua limpia, de las mañanas sin mácula sobre el campo. La paciente espera de la espiga, la humildad de la amapola.
Vendo soledades en una tierra de soledades, poesía cargada de futuro si por cada palmo extendieran la red de redes, una buena señal de internet, una conexión con el mundo del siglo XXI sin renunciar a lo que somos. Soledades que suspiran por compañías, vida que se abre paso en la quietud.