Ana Pedrero - Desde la raya
Veintitrés
«Las calles se convirtieron en una marea blanca de indignación, de pena, de rabia»
Veintitrés. Han pasado veintitrés años de aquel julio tórrido que detuvo el tiempo en la contrarreloj más cruel de nuestra historia. Veintitrés, pero lo recuerdo como si fuese hoy; con la nitidez, el escalofrío con el que se graban los sucesos que nos marcan para siempre: qué íbamos a comer aquel 11 de septiembre cuando dos torres gigantes fueron reducidas a cenizas ante los ojos atónitos del mundo; qué hacíamos aquella madrugada del 11 de marzo cuando unos trenes de Madrid reventaron por sus tripas; dónde cenábamos la noche de la barbarie de Bataclán. Las imágenes en blanco y negro del atentado de Hipercor o incluso, rascando mucho en mis primeros recuerdos, aquel coche blindado saltando por los aires que cambió el curso de la historia de España.
Veintitrés. Un joven concejal de Ermua, Miguel Ángel Blanco, era secuestrado por la banda terrorista ETA, que puso precio y plazo a su vida. Recuerdo aquel nudo en el estómago, la angustia que se mascaba en las casas, en los bares, en las miradas. El corazón comprimido en el pecho, el discurso del miedo, del terror. Todo tan despiadado. Ni siquiera la enfermedad más cruel tacha la fecha, la hora, en el calendario. Me van a perdonar, pero hay que ser muy hijo de puta para llevarse a punta de pistola a un pobre chaval cuyo delito era representar a un pueblo que pensaba distinto. Muy cobarde para descerrajar un tiro en la nuca, por la espalda, sin un ápice de humanidad. Recuerdo la pantalla de los informativos en negro. Las palabras que no salían, que escocían en la garganta. Aquella llamada del teléfono: "pon la tele". Las lágrimas que quemaban.
Las calles se convirtieron en una marea blanca de indignación, de pena, de rabia. También aquí, en el lejano Oeste, se detuvo el Duero y guardó silencio el viento en Sanabria y quedaron a media asta tantos pueblos en fiestas. También nos pintamos las manos de blanco y el alma de luto por un joven que no conocíamos. Ahora forma parte para siempre de lo que somos, de lo que éramos. Triste memoria de aquellas bestias que ensuciaban con sangre su bandera cada vez que apretaban el gatillo.
En la desmemoria, los herederos de aquel terror hoy se sientan en las instituciones con la libertad que les otorga esa Constitución sobre la que escupen.
Nunca hubo arrepentimiento, nunca pidieron perdón. Han pasado veintitrés. Yo no te olvido.