Ana Pedrero - Desde La Raya

Toque de queda

«Tendremos hoy toque de queda sin campanas, sin mística ni misterio. Sólo silencio, sólo soledad en las calles donde campa a sus anchas un virus invisible que nos mata sin bombas y sin estrategias»

La localidad zamorana de Villageriz en una imagen de archivo M. ÁLVAREZ

Ana Pedrero

Siendo niña las palabras «Toque de Queda» me daban pavor y no por ninguna experiencia personal, sino por la influencia del cine bélico o de la propia historia de España. Aquellas calles desiertas en blanco y negro, aquel silencio, aquella asfixia, aquella angustia, aquella falta de libertad, aquella quietud a la espera de un posible ataque del enemigo.

Imaginaba el toque de queda como algo físico, sonoro, brutal, igual que las campanas de nuestros pueblos cuando tocan el Ángelus a mediodía o repican en las fiestas y procesiones, o tocan a tormenta cuando vienen los temporales para avisar a los hombres del campo; a arrebato o fuego, incesante, alocado, para que acudan pronto los vecinos para extinguir y ponerse a salvo de las llamas. O el toque a muerto, cuando doblan de forma pausada, grave, fúnebre, y cantan en bronce el dolor de un hijo que regresa a la tierra.

En Zamora, en la tarde del Miércoles Santo, cuando el Cristo de las Injurias sale a la calle, una de las campanas de la Catedral, La Bomba, lanza al mundo que el Crucificado pasa en majestad desde la Cruz. Y el cielo se rompe y la tierra se resquebraja con su tañido solemne y misterioso, con toda la gravedad de la muerte en su lamento.

La ciudad guarda silencio y se paralizan las horas, ese tiempo mágico en que mi Cristo sujeta el universo entre sus brazos. Todo calla, todo se detiene, toque de queda en el alma.

Tendremos hoy toque de queda sin campanas, sin mística ni misterio. Sólo silencio, sólo soledad en las calles donde campa a sus anchas un virus invisible que nos mata sin bombas y sin estrategias, que hace presa en nosotros por el mero hecho de vivir, de sonreír, de abrazarnos, de ser. Quizá no sea tan distinto del toque de queda de los pequeños pueblos sin bar de mi tierra, cuando a las cinco del invierno es de noche y la señal de la TDT les deja colgado el último partido de fútbol; el de los pueblos cuyos vecinos más jóvenes superan los 80; el que cada invierno deja desierto el casco antiguo de Zamora donde es un milagro cruzarte un vecino. El toque de queda de todos los pueblos que estuvieron llenos de alegría en agosto y duermen el silencio del invierno.

Toque de queda en este Oeste donde las campanas tañen a muerto sin saberlo.

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