Ana Pedrero - Desde la raya
Lo que somos
Junio es la memoria de un pueblo, mi pueblo, que todavía llama pan al pan y vino al vino
El cielo está revuelto. La vida, el mundo, están revueltos en este junio que agoniza y truena. Mi tierra debería estar encendida en fiestas, las calles desbordadas; los toros en chiqueros, las bombillas luciendo, los manteos y mantones oreándose, el orujo preparado para rascar la garganta en la noche del flamenco.
Echo de menos la cerámica escupiendo calor en la Plaza de Viriato, la tradición de los alfares invadiendo la calle, la cultura de los hombres y las mujeres que trabajan el barro con las manos y nos recuerdan quiénes somos, de dónde venimos. Moveros, Pereruela, la tradición de los hornos, sus piezas sencillas y eternas como sus gentes. Echo de menos el olor de los ajos recién trenzados, el increíble paisaje de ristras que transforman la Avenida de las Tres Cruces en el más hermoso mercado de la cosecha del año a cielo raso. El orgullo recio de los agricultores, sus manos ásperas cuyo apretón vale más que todas las notarías del mundo. El eco de los pasodobles y pasacalles de las bandas y charangas, los escenarios y tablados en las plazas, el bullicio rebelde de las peñas, su grito de juventud y vida, el baile airoso de los gigantes sosteniendo el cielo, las apreturas de las verbenas y los tendidos, la sinfonía de la dulzaina, la flauta y el tamboril en el viento, las noches que se prolongan hasta el amanecer.
Junio es el recuerdo de los primeros besos en El Castillo, las casetas de día con sus planchas echando humo, el vino de Toro en el vaso, la alegría de los reencuentros, los charros y las jotas, el partir el pan en misa a la manera tradicional y consagrar el vino en la calle; ese vino que nos hace amigos de día y amantes de noches, vino que fermenta en el vientre de la tierra.
Junio es la memoria de un pueblo, mi pueblo, que todavía llama pan al pan y vino al vino. Gente del campo, de la ganadería, del alfar, del surco y del sudor, hijos de la España del abandono que celebra la alegría de estar vivos. Por ellos, por ese pedazo de mapa en el que se hunden mis raíces, reivindico que vengo del barro, del secano, de las crecidas del Duero. Porque sois el credo en el que creo, fiesta de guardar cada día. Mi vida en esta vida revuelta, sin fiestas. Este corazón que os echa de menos, lo que soy, lo que somos.