Ana Pedrero - EN LA RAYA

Soledad

«Zamora se hizo tumulto para ofrecer su soledad, para gritar su dolor desde el silencio, como si el dulce rostro de la Virgen, su manto sencillo, casi transparente, fuesen un pañuelo para el alma»

Raúl Alonso

La Virgen de la Soledad recorría las calles de Zamora , llenas de gente para ver a la imagen. Nuestra hermosa Virgen Sola, acompañada esta vez por una ciudad, por una sociedad que se siente más sola que nunca. 

En la antigua y añorada normalidad, Zamora hubiese vivido una auténtica fiesta con la salida extraordinaria de la mayor de sus devociones marianas. Imagino a la gente en las aceras esperándola, los niños asomando la cabeza al escuchar las cornetas y tambores, incluso el crujir de las pipas entre los dientes para matar el tiempo; los murmullos, ese runrún que sobrevuela el aire en los días grandes; la alegría del reencuentro bajo el sol de marzo, que también quiso salir para verla.

Pero Zamora era una ciudad callada . Con las aceras repletas, con las filas apretadas, hombres y mujeres ofrecían su soledad, que podría tocarse, cuantificarse, decirse; cuánto pesa, cuánto ocupa la pena. Silencio, mucho silencio, en las calles vestidas de domingo y procesión, un binomio que en Zamora es alegría, nos corre por las venas. 

Silencio. Un silencio que casi dolía, y también muchas lágrimas al paso de la Virgen, incluso de aquellos que se declaran descreídos de todo, más allá de la Iglesia, más allá de la fe. Lágrimas limpias, de verdad, hacia adentro, sin pedir permiso , en las aceras, en las ventanas y balcones, entre las filas de sus cofrades y damas.

Los zamoranos hablamos sin palabras del dolor de este tiempo tan convulso , de lo pequeños que nos hemos hecho ante la enfermedad, ante la guerra.

Hablamos sin palabras de la soledad del confinamiento, la soledad de quienes se nos han ido sin una despedida; la desgarradora soledad de las plegarias en el cementerio, a puerta cerrada, de los duelos sin abrazos; la angustiosa soledad de la UCI, en la frontera entre la vida y la muerte; la de quienes aún luchan sin acompañantes en los hospitales, la soledad del amor sin besos. Esta soledad que tomó por asalto al mundo y nos hizo vulnerables.

Zamora se hizo tumulto para ofrecer su soledad, para gritar su dolor desde el silencio, como si el dulce rostro de la Virgen, su manto sencillo, casi transparente, fuesen un pañuelo para el alma, una bandera para la esperanza.

Juro que entre sus manos entrelazadas cabía toda la soledad, las soledades, de la tierra.

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