Ana Pedrero - Desde la raya

Queridos Padres Magos

«Son los verdaderos Reyes, en mayúscula, mayúsculos, genérico, plural. Son padres. Reyes que darían su vida por la nuestra sin dudarlo, si la vida es su regalo primero»

ICAL

En la noche del cinco de enero el cielo viste naranja y niebla y el reloj desanda el camino hacia la infancia aguardando a Sus Majestades los Reyes Magos de Oriente .

Lejos quedan las noches de repulir los zapatitos y ponerlos en el balcón y dejar dulces y un vasito de licor para esperar a Melchor, Gaspar y Baltasar con el corazón disparado, galopando en el pecho, mientras los juguetes descendían de los altillos de los armarios. Aún hoy juro que más de una vez escuché su zapateo sobre el tejado, antes de su regia entrada en el salón.

Después, el listillo de turno te convierte en adulto a golpe de chivatazo. Y es ahora, sumando años, cuando no hay duda de que los Reyes existen . Es ahora, en este «veinteveinte» en el que aquellos niños rozamos los cincuenta, cuando sabemos que eran, son, magos de verdad.

Nos ponen en el mundo bajo la luz de su buena estrella, que siempre nos guía. Levantaron una casa que es para siempre un reino, una fortaleza donde nada ni nadie te destrona. Forjaron una invisible corona sobre mis sienes que anulaba sus prioridades. Supieron educarme fuerte, igual y libre, respetar los errores que hacían polvo sus expectativas, abrir los brazos en cada retorno a casa. Sudaron desde la nada cada céntimo estirando sus ingresos como la parábola de los panes y los peces, haciendo magia con los números . Nos mantuvieron lejos del dolor. Cosieron con amor mis alas cada vez que he aterrizado con los dientes. Muchas. Tantas.

Son los verdaderos Reyes, en mayúscula, mayúsculos, genérico, plural. Son padres. Reyes que darían su vida por la nuestra sin dudarlo, si la vida es su regalo primero.

Cada cinco de enero, con el cielo naranja y niebla, cierro los ojos y regreso a aquella niña que escuchaba desde su cama el ir y venir de los Reyes sobre el tejado. Ya no hay zapatitos en el balcón, ni bandejas de pastas y coñac. Solo una inmensa casa en la que escribo esa noche en silencio mientras ellos duermen, con la madrugada encima. Es entonces, mientras aterrizan en miles de hogares, cuando me olvido de Melchor, Gaspar y Baltasar y deseo larga vida a Sus Majestades los Magos, mis padres. Nuestros Reyes Padres. Nuestros Padres Magos.

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